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Ucranianos

No hay sanciones económicas que puedan competir con la lucha febril por volver al pasado

El partido que no debió jugarse ha sido la antesala emocional de la guerra en Ucrania. Me refiero a nosotros, los lejanos, como espectadores que también necesitamos ponerles rostro y voz a los protagonistas. Durante el partido que este jueves enfrentó a las selecciones española y ucraniana de baloncesto, en Vistalegre, esos rostros y voces los han representado unos jugadores que se marcharon hacia el vestuario entre los aplausos entregados de los aficionados cordobeses. No era un día para jugar: era un día de duelo interrogante, con los familiares atrapados en pueblos fronterizos o en la misma Kiev, ya bajo los ataques de la artillería rusa. Dile a alguien que está pendiente del wasap para saber si sus familiares siguen vivos que debe jugar ese partido. Díselo a la cara, trata de convencerlo. Los partidos se juegan y se ganan o pierden, y estos internacionales salieron a la cancha entre una ovación cálida intentando dar su mejor gesto; pero el libro de familia permanece aún en una geografía que de pronto es una especie de pasado continuo, que ha quedado al otro lado de los morteros rusos, pero que es también presente combativo por seguir adelante y continuar viviendo. Jugar para ganar es buscar los refugios antiaéreos, descender por la boca de metro más cercana y esperar a que cese el bombardeo. Jugar es esperar a que acabe el partido antes de salir de nuevo a la intemperie de la misma ciudad, sabiendo que no será la misma, para buscar, de nuevo, cualquier camino de regreso a casa.

Podemos entender que esto es únicamente una cuestión rusa y ucraniana, en esa vieja estirpe de pulsos territoriales más estalinistas que zaristas, o podemos mirar con amplitud. No estamos ante un litigio fronterizo, sino ante la determinación de un hombre por volver a la política mundial de bloques que cayó con el muro de Berlín. El ataque de Rusia se rastrea en los Acuerdos de Minsk II, firmados en 2015. Putin los aceptó por la autonomía que proporcionaban a los rebeldes pro-rusos y para frenar el desarrollo democrático de Ucrania. Porque en la mentalidad mitad zarista, mitad soviética de Putin, el desarrollo democrático equivale a la occidentalización; algo que, si llegaba a producirse plenamente en Ucrania, a tiro de piedra de Moscú, podría ser exigido por los ciudadanos rusos. Escribo ciudadanos rusos y caigo en la cuenta de la posible contradicción, así que rectifico: ciudadanos rusos, sí, suponiendo que aún mantengan ese estatus de ciudadanía, lo que parece dudoso tras asistir a las miles de detenciones de manifestantes, en varias ciudades de Rusia, por salir a la calle para pedir el fin de la invasión de Ucrania. Vete tú a saber cómo se están respetando sus derechos en los interrogatorios en las cárceles rusas.

Las exigencias del Kremlin ante los Estados Unidos y la OTAN, en lo que se refiere a Ucrania, básicamente se han basado en la interrupción de cualquier ampliación de la OTAN en su frente oriental -o sea, ruso-; y, por tanto, de la previsible extensión de la estructura militar de la OTAN en cualquiera de los países que antes habían pertenecido a la órbita de los antiguos países soviéticos, el cese de toda ayuda militar a Ucrania y a la prohibición de las instalaciones de misiles de alcance intermedio en el resto de Europa.

Sobre el derecho, cualquier país soberano tiene derecho a decidir en qué organización internacional se integra. Sin embargo, el derecho nunca ha contado mucho para Putin. Y desde su relación con el pasado y su añoranza de la vieja gran Rusia -algo así como si en España surgiera un tarado empeñado en reconquistar México, Cuba o toda Sudamérica-, despreciando la legalidad constitutiva de esos países en el marco actual, el papel jurídico es papel mojado; sobre todo, con unos ucranianos abandonados, que se han quedado solos ante las fauces rusas, porque no les han dejado integrarse en ninguna parte.

Esta Rusia de Putin no es el alma de todo el pueblo ruso, pero también encarna con su ferocidad el viejo espíritu del pasado robado que tanto se ha alimentado desde la perestroika. Tenemos a un oso ruso con colmillo y piel de KGB que nunca se ha escondido, con el totalitarismo de su parte, que ha sido acusado de crímenes atroces y parece capaz de toda la barbarie. Frente a un occidente cada vez más atrofiado de debilidad buenista, cantando Imagine entre velas encendidas, la historia sigue su curso de marchas militares imparables y no hay sanciones económicas que puedan competir con la lucha febril por volver al pasado.

* Escritor

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