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el cuerpo en guerra

Ana Castro

La amistad o el mundo

Cada vez tenemos más motivos para odiarnos (u odiar el mundo). No sé en qué país desarrollado, europeo, es posible transigir que un fotógrafo muera por hipotermia severa tras haberse caído en la calle y no recibir la ayuda de ninguna viandante las 9 horas siguientes. Que sí, las prisas, que cada vez vamos más a lo nuestro y estamos demasiado acostumbrados a ver a personas sintecho... Además, resulta especialmente paradójico que todas esas miradas hayan pasado por él sin hacer nada –puede que confundiéndolo con uno más de ellos– y que justo haya sido un sintecho quien llamara finalmente a los bomberos. ¿De verdad hemos llegado a esto en plena cuna de los derechos sociales, donde triunfó la Revolución Francesa? ¿Y la fraternité?

Muchas dirán que qué animada mi columna, que qué necesidad hay de leer la miseria humana un sábado por la mañana. Bueno, se supone que el deber de toda periodista es denunciar las desigualdades sociales, darle cabida a aquellos temas que no entran dentro de la agenda mediática y ayudar a reflexionar sobre quiénes somos y qué mundo dejamos a la siguiente generación, además de poner el foco en aquellas cosas que hacen que la vida merezca la pena, como la risa, el amor o el arte. Al menos, así es como yo entiendo mi labor.

Pero hemos olvidado la Historia que nos hizo llegar aquí, todo el sufrimiento de las generaciones pasadas. Si no, no se entiende que de nuevo estemos al borde de una nueva guerra en el continente europeo, que de verdad pueda ganar la osadía de Rusia, en lugar de que la Unión Europea recuerde el motivo de su fundación: evitar más conflictos armados en su territorio. Y lo peor es que la población ucraniana vea la situación como normal, dada la escalada de tensión de los últimos años. ¿De verdad tenemos que llegar a ver la posibilidad de un inminente conflicto en suelo europeo como posible y no escandalizarnos?

Nos estamos fallando por todos lados las unas a las otras, en el nivel próximo, como ciudadanas, y en el nivel macro. De verdad trato de buscar motivos para sonreír por la mañana y no indignarme tanto, pero el mundo lo pone complicado. Quizás lo que nos quede sea aferrarnos bien fuerte a los vínculos de la amistad verdaderos, la que resiste años y siempre nos espera con los brazos abiertos para recordarnos que, caiga la que caiga, seguiremos juntas y habrá motivos para brindar y reírse, que podrá venirse abajo el mundo o pasarnos por encima, pero no nos soltaremos. Creo firmemente que la amistad es capaz de salvarnos de (casi) todo.

*Escritora

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