Desde que en el siglo XVI Erasmo de Rotterdam escribiera ‘De civilitate morum puerilium’ (‘De la urbanidad en las maneras de los niños’), y hasta hace no tanto como muchos recordarán, a los niños se les enseñaba urbanidad en el colegio. En algunos períodos hasta como una asignatura más a calificar. Lo que la materia venía a desarrollar, más o menos, era un compendio básico de normas para un acertado comportamiento ante diversas situaciones que se les pudiesen presentar a los niños en su interacción con el entorno en que se desenvolvían. En resumen, una instrucción básica para vivir en sociedad. En la que yo conocí su aprendizaje se hacía fácil de puro intuitivo, ya que la base fundamental de todas las normas siempre era la misma: respeto. Respeto a la propia imagen esmerando higiene y formas en la relación, respeto a los demás, respeto a la jerarquía que establece (o establecía) el parentesco, el mérito o la experiencia, respeto a los más frágiles, o respeto a la autoridad de cualquier orden. Un respeto que resultaba fundamental para, como se pretendía, facilitar que las diversas situaciones siempre se desarrollasen bajo ese halo de cordialidad tan necesario para la paz social. En definitiva, la urbanidad buscaba contribuir a que los niños aprendieran algo que también parece cada día más difícil, convivir en sociedad con cordialidad. No cabe duda que en su larga trayectoria las pautas de urbanidad fueron siendo revisadas frecuentemente en cuanto que recogían los valores y principios de un código social coincidente a una época en concreto.

Un código social susceptible al cambio en el transcurso del tiempo que obligaba a que la asignatura, sin perder su objetivo primordial hacia la convivencia cordial, fuese siendo moldeada conforme correspondía a la tendencia imperante. Ya fuese remarcando el protocolo de las «buenas maneras», la influencia de la moral cristiana, o puede que incluso las bases de la doctrina política dominante. Imagino que a día de hoy Urbanidad incluiría indicaciones con respecto al comportamiento preventivo contra la pandemia, participación en redes sociales, uso del móvil, o trato en igualdad de géneros. También el propio nombre de la asignatura siguió ese mismo camino adaptativo llevando a la evolución de su histórico nombre de Urbanidad hacia otro más enfocado al sistema que a las «buenas maneras» como es Educación Cívico-Social, semántica que concluyó en establecer un reparto de campos de competencia separados para cada una de esas denominaciones. Sin querer alargarme demasiado, donde quiero ir a parar con esta sinopsis de lo que fue la asignatura de Urbanidad es que, a la vista de la patente grosería expansiva que se va instalando a todos los niveles, no serán pocos de los que conocieron esa asignatura que no se acuerden de ella cada vez que chirría cualquiera de esas situaciones que hoy tanto se prodigan y en las que respeto y cordialidad brillan por su ausencia.

Chirría ese extendido tuteo tan impropio entre desconocidos que no considera la formalidad del escenario ni el estatus o la edad del interlocutor, o la actitud de esos nuevos padres desautorizados y permisivos que priorizan los extemporáneos caprichos de sus pequeños «campeones» sobre las molestias que éstos puedan ocasionar, o la violencia extrema que se desata por el más mínimo conflicto, o la injusta desconsideración hacia los mayores cuando se ven incapaces ante los métodos tecnificados que se van imponiendo en procesos administrativos antes personalizados, o el político de turno que se recrea en no guardar la debida formalidad de actitud, léxico o indumentaria cuando está participando como representante de sus electores en cualquier institución del Estado. Aunque podría seguir enumerando situaciones chirriantes carentes de urbanidad tampoco se trata de eso. Es innegable que el concepto sociedad de hoy es mucho más complejo que el de antes y que en la convivencia se manejan bastantes más parámetros, tal vez por eso la histórica asignatura de Urbanidad ya hace tiempo que quedó atrás, pero aún así no sería difícil dar encaje a aquellas máximas de respeto y cordialidad que de un tiempo a esta parte parece que andan un tanto diluidas.

*Antrópólogo