Soy de los que creen que, hasta en política, cualquier tiempo pasado fue anterior, incluso con aquella época de la Transición a admirar por lo que a consenso y generosidad para entenderse se refiere. ¡Ay, la Transición! Por entonces toreros, cantantes, deportistas, clubs de fútbol y reyes viajaban a hacer ‘las américas’ en citas oficiales y oficiosas. Ahora hasta el Córdoba CF hace ‘las arabias’. Toreros no, solo en escapadas turísticas.

Pero a lo que voy: a finales de los 70 y principios de los 80 había debates en TV, aunque aburridos y en blanco y negro, sobre política y sociedad donde los participantes buscaban puntos de acuerdo. ¡Increíble pero cierto! Me acuerdo de adolescente haber visto un programa de TVE (‘La 1’ ahora, y entonces ‘la única’) en la que la artista del destape Susana Estrada llegaba a coincidencias asombrosas con un cura jesuita en cuestiones como libertad de conciencia y sobre el uso del propio cuerpo. ¡Lo prometo! ¡Yo lo vi con estos ojitos que se han de comer la tierra! Ahora, en los ‘realiti chou’ políticos no me encuentro otra cosa que ganas de morder en la yugular al adversario, al enemigo, a ese al que hay que exterminar tras avasallarlo, sean ciertos o no los argumentos que se esgrimen, eso es lo de menos.

Me cansan esos programas. No hay ni un mero intento de encontrar un acuerdo que sirva para elevar sobre él un proyecto común, todo ello en aras de una mayor indignación de la audiencia y mejores ingresos publicitarios. El telespectador es mucho más rentable enrabietado y activo en redes que como ciudadano bien informado.

Pero quizá lo que más debería preocupar es que, no sé cómo ha sido, se están cambiando los papeles entre el ciudadano-votante y su representante-parlamentario-gobernante. Por entonces, vuelvo a la Transición, se nos decía en consonancia con el espíritu democrático que tienen claro en Dinamarca, Reino Unido o Francia que nosotros, los ciudadanos, votábamos y pagábamos a nuestros representantes para que nos solucionen mediante leyes aquellos problemas de nuestra vida cotidiana que requiere del consenso de la mayoría. Lógico, ¿no? Ahora, los ‘laboratorios políticos’ de los partidos le han dado la vuelta a la tortilla y se dedican a encabronar a la población para seamos nosotros los que arreglemos sus problemas.... que en buena parte consiste en mantener algunos (muchos) sueldos.

Por eso, me cuesta meterme en polémicas políticas que surgen por las buenas, que no sé cómo me transfieren y sobre las que se exige que tome partido. Por ejemplo, nunca he tenido ningún conflicto con un chuletón ni con la ganadería extensiva de mi pueblo, Villanueva de Córdoba. Mientras que mis problemas diarios, que deben resolver los dignísimos representantes a los que les pagamos (el Congreso tiene un presupuesto anual de 97,11 millones y el Senado de 60,85 millones de euros) se solucionan tarde o no se solucionan. Además, no quiero privar a sus señorías de todo el espectro político, por un lado, y al Gobierno, por otro, de la satisfacción de cumplir con el servicio al bien común al que se han entregado. Sin que falte mi solidaridad con sus respectivos partidos. Siento que tengan tantos problemas.