El ruido de las debilidades humanas, que aflora con cruel persistencia cotidiana, no debiera velar el mensaje esperanzador que las gentes de buena voluntad reparten, eso sí, con prudente silencio, pero que pese a todo, nos devuelve la fe en un mundo mejor. Y es que son muchos, muchos más de los que parecen, los portadores de buenas intenciones que se calzan el zapato ajeno y cargan de empatía su corazón en beneficio de los demás, sin tener en cuenta credo ni condición; para ellos, solo se trata de otros seres humanos que no han tenido demasiada suerte en el reparto de bienes y de esas prebendas tan propias de quienes han conseguido descollar socialmente.

Resulta de todo punto imposible mencionar a tantas y tantas personas y organizaciones sin ánimo de lucro que, no solo durante estos días tan especiales, sino a lo largo de todo el año, dedican sus recursos y esfuerzo a satisfacer necesidades ajenas, a veces perentorias, pero debería bastar una mirada atenta a nuestro alrededor para descubrir muchos ejemplos loables. Desde el reparto de alimentos a la invitación a cenas navideñas; desde las visitas a enfermos y personas desarraigadas a la dedicación a otras personas, anónimas para todos menos para quienes tienen siempre presente la existencia de necesidades y necesitados. Incluso cabría recordar la actuación de artistas y gentes de éxito que dedican parte de su recaudación a buenas causas, que no olvidan la huella de esas tragedias tan llamativas cuando poco a poco desaparecen de los noticiarios.Se trata de repartidores de felicidad, ocupados en hacer más llevadera la existencia de otras mujeres y hombres, aquí y ahora; mensajeros del bien que no hacen ruido ni esperan el cortejo de aplausos que este país de envidiosos acostumbra dedicar con profusión a los héroes… solo cuando ya se han muerto. 

*Escritora