Celebramos el 50 aniversario de la creación del centro de atención a minusválidos psíquicos Promi, siendo yo uno de esos voluntarios que arrastrado por unas personas idealistas, un médico llamado Juan Pérez Marín y su hermano el sacerdote José Pérez Marín al que no hay que olvidar, desde el año 71 llevaban a cabo un proyecto, el sueño de dedicarse a la integración social de los discapacitados, alzando la voz en defensa de aquellas personas que por sus condiciones psíquicas, a veces físicas, se encontraban anónimos, como cosas ocultos, sin derechos , 109 «subnormales» en Cabra y 654 en la comarca.

«Potenciar las capacidades y cuidar a las personas en situación de dependencia y menores, prestándoles los apoyos necesarios para satisfacer sus necesidades y expectativas y mejorar su calidad de vida, así como promover el empleo de las personas con discapacidad». Casi nada, un sueño que superaba las teoría de integrar a personas que hasta ese momento se encontraban hipermarginadas, algunos vagando por las calles, otros sin salir de sus casas pues eran causa de mofa e incluso de abusos, laborales y algunos sexuales, presos de la dictadura de la meritocracia, eran considerados «subnormales», sinónimo de cosa, fuera del sistema. Había una pequeña residencia para internos, y una granja, ya existía en proyecto una carpintería. Juan se dedicaba a las gestiones administrativas y pecuniarias, y el cura Pepe quedaba en la residencia, conviviendo con los acogidos. Solíamos alternar con ellos, hablar, tomar cafés o cervezas, jugar al futbolín, y algunos días de la semana los dedicábamos a visitar familias que tenían algún hijo con grado de minusvalías, profundos hasta ligeros, alguno de los cuales se encontraban encerrados en un corral o una habitación para no salir de su casa, invisibles.

A parte de todo esto, lo que más me impresionaba era la ilusión sin desmayo que ambos hermanos poseían, para que vivieran con la dignidad y alegría que cualquier persona, lo que se vislumbraba en sus caras y en sus comportamientos. Era como si un nuevo amanecer lleno de luz, una porción del Reino de los Cielos, se estaba creciendo en Promi. Era como si las teoría filosóficas del brasileño Paulo Freire y su ‘Pedagogía del Oprimido’ se hicieran realidad: «La pedagogía del oprimido, como pedagogía humanista y liberadora tendrá, pues, dos momentos distintos aunque interrelacionados. El primero, en el cual los oprimidos van desvelando el mundo de la opresión y se van comprometiendo, en la praxis, con su transformación, y, el segundo, en que, una vez transformada la realidad opresora, esta pedagogía deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación». Fue también descubrir que la palabra inauténtica no puede transformar la realidad, pues privada de su dimensión activa, se transforma en palabrería, en mero verbalismo, palabra alienante, de la que no hay que esperar la denuncia del mundo, minimiza la reflexión, niega la praxis verdadera e imposibilita el diálogo. Abogar por una educación, más horizontal donde educando y educador se enseñan mutuamente a ser más personas, y construir, no una cultura del descarte sino de la inclusión. Muchos Perez Marín, utópicos, hacen falta.

*Licenciado en Ciencias Religiosas