Hace unos días, Javier Marías escribía a propósito de los pseudodemócratas que utilizan distintas varas de medir para según qué regímenes. Circunscribía su crítica a los que se denominan demócratas de izquierdas que guardan silencios estridentes con las dictaduras de Nicaragua, Venezuela o Cuba. Creo que también se puede amplicar a los demócratas de derechas que callan con Arabia Saudí, Emiratos petroleros, países de Centroamérica y otras especies similares que caen en derivas autoritarias. Este domingo se perpetrará en Nicaragua una burla absoluta a la democracia con la celebración de unas elecciones en las que todos los opositores han sido encarcelados u obligados a exiliarse por el exguerrillero Daniel Ortega.

También viene esto a cuento porque en unos días Cuba va a vivir un momento particularmente difícil, en el que se da continuidad al movimiento que se inició el pasado mes de julio, y que aspira a que el régimen cubano sea capaz de abrirse a un nuevo espacio de diálogo que conduzca a una situación nueva, que ya no permite seguir gobernando con los mismos mimbres que allí siguen vigentes desde hace décadas.

El discurso de educación y salud no llena ahora la vida de miles de jóvenes que aspiran a no tener que huir del país para encontrar un futuro mejor. Por supuesto que el bloqueo injusto de Estados Unidos ha perjudicado y perjudica la economía cubana, pero estos argumentos ya no sirven a las nuevas generaciones que quieren ser protagonistas del futuro de su país, que desean vivir en libertad y ven como sus ilusiones solo se hacen realidad huyendo a otros lugares.

No voy a entrar, ni me van a enredar, en el debate de la calidad democrática de los países occidentales. Por supuesto que todo es mejorable, pero negar que hay más libertad en estos sistemas y mayor respeto a los derechos humanos que en esos otros regímenes autoritarios, es negar lo que a todas luces es evidente. Es argumento que machonamente defienden los partidarios del partido único, el control social, la centralización del mercado y la limitación de las libertades ciudadanas como cortina de humo para tratar de tapar las vergüenzas del sistema. El pensamiento único, la falta de elecciones libres y la pluralidad democrática llevan ausentes más de sesenta años en una revolución que prometió justamente lo contrario.

Uno de los líderes del movimiento Archipiélago, Yunior García, se preguntaba: «¿qué valor tiene mi educación si luego me prohíben pensar con mente propia?» A ello añadía que no se sentía en deuda por la educación que había recibido, porque «fui a todas las escuelas de campo, corté caña, recolecté papas en Artemisa y café en Pinares de Mayarí. Cumplí dos años de servicio social cobrando un salario de «espejitos». Así que ya no podían restregarle más lo que es un derecho y no una gracia y que se ganó con su propio esfuerzo. Por supuesto que su carta está llena de lamentos que difícilmente pueden simplificar lo que la revolución cubana ha podido suponer para la isla y para su entorno pero es expresivo de su dolor.

Este movimiento solicitó autorización para celebrar, conforme a lo previsto por la Constitución cubana, manifestaciones en diferentes ciudades del país. La situación es insostenible y las autoridades actuales no reconocen que el debe es infinitamente ahora más grande que el haber. Son millones de cubanos los que viven en el exilio y no solo en Estados Unidos. Un país que expulsa a sus hijos no puede llamarse democracia del pueblo. Afirmar que se fueron voluntariamente es mentir. Se les rompe el alma cuando deben abandonar la tierra que los vio nacer, no a todos por supuesto, pero sí a una inmensidad.

La respuesta a la solicitud de autorización para la manifestación del 15 de noviembre ha sido denegatoria. Los motivos alegados por el gobierno son básicamente que la manifestación es contraria a la propia Constitución porque está articulada por fuerzas extranjeras con el objetivo de cambiar el régimen socialista, lo que de todo punto de vista está prohibido en dicho texto legal. Se fundamenta pues en una serie de presunciones que atentan contra la propia inteligencia, porque alegar una ley que reconoce un derecho para legitimar la supresión de ese derecho en el que hay un evidente desequilibrio y abuso de poder, lo que hace es dejar de manifiesto que se trata de una contradicción jurídica que pretende basarse en principios de legalidad superiores, cuando precisamente lo que caracteriza al régimen es la maleabilidad de su Derecho para someterlo al poder autoritario. Estoy seguro de que una parte importante de los manifestantes no desean la quiebra total del sistema, pero sí un tránsito hacia fórmulas de entendimiento que permitan unos mayores espacios de libertad y una reforma que pueda conducir a una realidad política más acorde con las necesidades y anhelos de un pueblo culto y bien formado, como es el cubano.

Hasta el momento el sistema constitucional cubano más que proteger derechos está vulnerando los mismos. Son centenares, siendo prudente en el cálculo, los cubanos encarcelados o limitados en su libertad de movimientos por haber sido críticos con la actual situación. El presidente Miguel Díaz-Canel ya ha tomado partido: las manifestaciones convocadas por Archipiélago dice que son «un plan orquestado» en el que «se involucran tanques pensantes y portavoces del gobierno de Estados Unidos». No hace falta nada más, él ha decidido que el deseo de miles de cubanos de ejercer su derecho de manifestación es fruto de un plan extranjero. Los convocantes han expresado su clara voluntad de defender la soberanía absoluta del país frente a cualquier injerencia extranjera, solo piden que se tome conciencia de la nefasta política económica que se está siguiendo y, sobre todo, que se respeten los derechos de todos los cubanos, se liberen a los presos políticos y se establezcan vías de diálogo democrático y pacífico. Todo ello en el marco de los artículos 54, 56 y 61 de la propia Constitución cubana que reconoce teóricamente el derecho a la libertad de expresión, manifestación, petición y queja.

Díaz-Canel ya ha dejado claro que reprimirá con toda la fuerza posible, militar y paramilitar por supuesto, estas manifestaciones pacíficas. No creo que pueda, desde luego, seguir afirmando que lo hace por el bien de Cuba y en defensa de los derechos de la mayoría de los cubanos. ¡Claro que no sabemos exactamente cuál es la mayoría!, precisamente porque no se permite votar a opciones distintas, pero digamos que son muchísimos los descontentos. Quizá el problema más grave que vea este líder que nunca lo ha sido, es que el son que llevan tocando décadas ya no lo quiere bailar esa mayoría de cubanos. Con inquietud y temor -tengo muchos amigos cubanos en la isla y también fuera de ella- veo acercarse ese día. Solo espero que la cordura abra paso al diálogo y al deseo pacífico de reformar un régimen político que ya no se sostiene.

** Catedrático. Universidad de Córdoba