En plena era del conocimiento, cuando la información nos desborda y se hace inabarcable, cuando el saber empieza a ocupar lugar y necesitamos resetear para seguir viviendo, nos surge la duda creciente de si de verdad es necesario saber tanto.

Hace ya una década, el multimillonario Peter Thiel, famoso por haber creado la empresa PayPal y por ser uno de los primeros inversores de Facebook, causó una enorme conmoción en el ambiente universitario americano y mundial al tentar a los estudiantes con la promesa de financiar las ideas de veinte jóvenes que estuvieran dispuestos a dejar la universidad para montar su propia empresa, y a los que entregaría 100.000 dólares para que se arriesgaran a poner en marcha sus proyectos. Con esa oferta, Thiel mostraba su absoluto desprecio hacia la titulitis y su preferencia por la adquisición del conocimiento justo para desarrollar la vida y las ideas de cada uno.

En los Estados Unidos, la tentación de abandonar los estudios universitarios, o incluso de ni siquiera iniciarlos, es particularmente comprensible debido al elevado coste de las matrículas. Es frecuente que los estudiantes se endeuden prácticamente de por vida para poder pagar sus estudios, algo que por otra parte se ha convertido en una verdadera lacra social, ya que muchos son incapaces de devolver esos préstamos. En Europa, y en España en particular, sin embargo, esta fórmula de financiación de los estudios apenas se usa, aunque hay cada vez más voces que la defienden con el argumento de que los universitarios estarían más comprometidos si tuvieran que devolver el dinero invertido en su formación. En España, además, la universidad se considera ya casi como un destino irrenunciable, si uno no quiere que a sus hijos se los vea socialmente como unos fracasados. Luego resulta que el camino desde los estudios universitarios a la actividad profesional no es tan sencillo como se suponía. Y muchos graduados terminan aceptando trabajos para los que están sobrecualificados o incluso no preparados adecuadamente. Aunque parezca chocante, cada vez es más normal encontrarse a graduados universitarios estudiando una formación profesional para acceder al mercado laboral.

En España ha tenido más fuerza tradicionalmente la idea de que el individuo de-be tener una sólida formación antes de incorporarse al desempeño de una función. De hecho, nuestros médicos, veterinarios, ingenieros, científicos y universitarios de cualquier rama son famosos en el mundo entero por eso. En países como Estados Unidos, Reino Unido o Alemania, sin embargo, se reconoce el dinamismo de la realidad. En un mundo tan cambiante, ¿qué sentido tiene prepararse tanto y pensarse tanto la manera de actuar? Si esperamos mucho, la realidad será diferente y nuestra sólida preparación puede que sea, no ya inútil, sino hasta contraproducente.

Si por algo se caracteriza nuestro mercado laboral, eso que nos diferencia de otros países en apariencia similares, es precisamente por la sorprendente coincidencia del máximo nivel de formación y el mínimo nivel de empleo. Y he dicho sorprendente por decir algo. Porque en opinión de Peter Thiel, y es una opinión que comparto, esa coincidencia no es contradictoria, sino que la primera explica en parte a la segunda. Invertimos tanto tiempo y dinero en prepararnos que, para cuando nos ponemos a resolver un problema, resulta que ese problema ya está resuelto o sencillamente no existe.

La solución parece fácil: aprender lo justo para echar a andar y luego poder ir aprendiendo por el camino lo que se vaya necesitando. Es lo que el Prof. Alfredo Boet-tiger describe como formación-acción, una «modalidad de formación que permite acercarse al máximo a la construcción de competencias y que se centra en el tratamiento de los problemas o proyectos reales». Más que aprender a actuar se trata de aprender actuando. Es un reto de todo nuestro sistema educativo.

* Profesor de la UCO