El que más y el que menos en Córdoba sabe lo que es una escapadita a la playa en verano, cuando no un veraneo de postín en pisos que la familia compró en su día en Fuengirola, Benalmádena, Estepona... Pero nunca una ola de calor tan feroz como la pasada ha coincidido justo con un puente festivo, haciendo que muchísimos cordobeses adaptasen las fechas de su breve viaje a la costa con los días de máximas inhumanas registradas en la ciudad califal. Entre ellos un servidor, que de golpe se vio casi como un ‘refugiado climático’ de lujo, valga el término echándole humor, pero con la piel de gallina, y bromas aparte, solo de pensar qué pasará con las ciudades costeras del planeta, con extensa zonas de países y con la propia ciudad de Córdoba si los más pesimistas cálculos del cambio climático se confirman.

El caso es que coincidiendo con María Ángeles Estepa y Luis Mendieta en Almuñécar, y solo remojando los tobillos porque había bandera roja por las medusas, Luis se preguntaba en alto: «Nunca en Almuñécar, que tiene el agua más fría que en Málaga, había habido tantas medusas por el cambio climático. ¿Qué mundo nos espera con tantos incendios, con esas máximas de 40 grados cerca del Círculo Polar, con esta pandemia y las que vengan, con la luz disparada, a dónde vamos?» Y eso que Luis se olvidó de citar que también se habían registrado terremotos cerca de Almuñécar, con su consiguiente riesgo de tsunami si el epicentro hubiera sido al Sur. También dejó de lado Luis que en todos los locales playeros solo ponen reguetón, que para un servidor, más incluso que ninguno de los anteriores dramas, es la prueba evidente del declive de la civilización occidental y de la próxima llegada del fin del mundo. Seguro que los jinetes del Apocalipsis de San Juan ‘perrearán’ con las caderas con ritmo caribeño sobre sus monturas, no a los sones de las trompetas del juicio final.

En todo caso, no supe qué contestar a Luis ni sobre el futuro ni sobre cómo se narrará y qué tipo de libro recordará en el futuro este veraneo del 2021. Está claro que la costa este año es mucho menos bucólica, elegante y elitista que la del Lido de la obra de Thomas Mann ‘Muerte en Venecia’. Tampoco es una novela juvenil repleta de aventuras de ‘La Isla del Tesoro’, por mucho que te asalten en algunos chiringuitos auténticos piratas de la hostelería que en lugar de un parche en el ojo llevan tapada la boca por la mascarilla. No se trata de los cuentos de terror de Victoria Marañón en ‘No vayas a playa Muerte’, ni de la novela negra ambientada en el País Vasco de los años de plomo de ETA con la que Cristóbal Zaragoza ganó el Planeta en 1981: ‘Y Dios en la última playa’. Tampoco sería un libro tan largo para reflejar toda una generación internacional como aquel ‘Hijos de Torremolinos’, de James A. Michener. Aquellos jóvenes eran hippies y los de la playa de hoy son ‘canis’ con las puntas de la pelambrera teñida de color plata. Quizá, lo más parecido habría que buscarlo mucho antes, en un clásico universal y en la madre de todas las novelas: en la segunda parte de ‘El Quijote’, cuando el idealismo de Alonso Quijano se dio de bruces contra la realidad perdiendo su última batalla en la playa de La Barceloneta, recobrando el juicio y la tristeza de vivir con él.

Es como si nos preguntaran lo del conocido chiste: «¿Qué prefieres, susto o muerte?» Y claro, para recordar este verano del 2021, con tantas mascarillas como animación puede que sea muy exagerado evocar el relato ‘Muerte en la playa’, publicado recientemente por Leticia Sansores... Quizá debería titularse ‘Susto en Fuengirola’.