Artistas, autoridades y público de todas las edades la despiden este viernes en la Iglesia de Santa Maria en Ara Coeli, situada junto al Ayuntamiento de Roma. Consistorio que abrió su sala Promoteca reservada para grandes personajes como capilla ardiente, para el último adiós de miles de seguidores. Hoy es el funeral de la actriz y cantante, cómica, presentadora, coreógrafa y bailarina, la diva que iba de normal porque lo era, que Italia llora desde su fallecimiento el pasado lunes y que es parte del Cuéntame de nuestra memoria colectiva. Aunque por el nombre, bien podría haber sido paisana protegida por las alas del Arcángel, ella quiso serlo de todo el mundo, al que contagiaba simpatía y humanidad. Rafaela Carrá, que se presentó por primera vez en nuestro país en el año 1975, se convirtió en parte de nuestra historia musical, en la banda sonora de unos años de crecimiento y libertades, de esperanzas, de expectativas en los que la artista italiana ponía en cada espectáculo su vitalidad, su arte y su sensualidad. Creo que todos sin excepción, alguna vez hemos compartido sus melodías o bailado algunas de esas canciones que animaban todo tipo de celebraciones. Una persona agradecida, que se sorprendía de la vida a cada instante y lo transmitía con sencillez y naturalidad: «Todo lo que he vivido ha sido una sorpresa constante».

Raffaela María Roberta Pelloni, o la Carrá, como era conocida en el argot musical, era pura energía, frescura, además de talento y mucho trabajo, toda una show girl de la que siempre recordaremos su peculiar golpe de melena. «Cada artista tiene su firma. Y ésa es la mía. No se puede aprender a ser Lola Flores y tampoco a ser Raffaella Carrá», señalaba en una entrevista reciente. Pero uno de los ingredientes básicos de su éxito, sin duda fue esa espontaneidad natural y sencillez que conectaba con personas de todas las edades y en situaciones muy diversas.

Y esa alegría por vivir que transmitía con sus canciones desenfadadas y sus coreografías incansables, por muy evanescente que algunos les parezca. ¿Quién no abre las puertas a la alegría?. Entre tantas penumbras y más estrés, nesitaríamos de muchas Raffaellas como terapia colectiva, como refuerzo de la convivencia.

Y todo lo hizo con brillos, pero sin estridencias. Rafaela Carrá no necesitó de escándalos ni culebrones para mantenerse en la fama. Fue rupturista e innovadora artísticamente, pero siempre dentro del respeto y sin caer en la provocación de la vulgaridad ni en la frivolidad de la chabacanería. Una estrella, desde los 9 años en los escenarios, que supo ganarse el afecto de sus compañeros y la admiración del público en tantos países por los que actuó. Parece que es verdad, aquél dicho de que siempre se nos van los mejores. «Raffaella nos ha dejado. Se fue a un mundo mejor, donde su humanidad, su inconfundible risa y su extraordinario talento brillarán para siempre», anunció Sergio Japino, su pareja desde hace años. No cabe mejor epitafio. «Qué fantástica, fantástica, fue tu fiesta». Arrivederci Raffaella.

*Abogado y mediador