El cierre de las ocho es por un bien mayor, en esta lluvia primaveral de cifras de contagios con pandemia anímica incluida. El límite de bares, restaurantes, comercios y gimnasios de Córdoba a lss 20.00 es una quiebra económica grave para muchas familias. Se echa en falta más comunicación, la que pide la gente tratando de entenderlo: ¿por qué a las ocho y no a las nueve? ¿El virus se transmite mejor a partir de las diez? La espiral de medidas puede parecer aleatoria o anárquica, pero tiene una argumentación: durante el último año, los estudios científicos sobre la causalidad de los contagios van afinando hacia la conclusión, aparentemente obvia, de que el virus se crece en cuanto nos quitamos la mascarilla. La hostelería, duramente hostigada, se ha ido adaptando con distintas medidas para la prevención con prudencia y cuidado, pero sigue estando dentro del mismo perímetro de riesgo. Y si hay que ajustar el horario por alguna parte, como freno al virus, el nocturno es un recorte mucho menos dañino que cualquier otra franja. Eso es un razonamiento, pero falla la comunicación estatal y autonómica. Porque ahora fijan las ocho, como dentro de una semana pueden poner el cierre a las diez menos cuarto. El incremento de contagios, en Córdoba, ¿es significativo respecto a la semana pasada? Sigue el mismo nivel de alerta 3, pero se añade el grado 1 para cerrar a las ocho. ¿Hay una subida que justifique el cambio? Otra vez se pone el foco en la hostelería. Sin embargo, las fiestas ilegales campan a sus anchas y pillan a los mismos una y otra vez. Y las multas son ridículas si las comparas con Europa. Penalizan los espacios públicos porque es mucho más fácil controlarlos. Pero además de injusto, a la postre resulta ineficaz. Habría que educar, y también castigar a quien incumple. Con multas ejemplares -o sea, pedagógicas-, y no de chichinabo. Parece que con esta medida no solo se matan moscas a cañonazos, sino que se mata a las moscas equivocadas.