En las novelas de John Le Carré nadie bebe un dry martini de vodka mezclado y no agitado. No hay mujeres hermosas saliendo de las olas de Jamaica y los albornoces no se caen al salir de la ducha o con el menor soplo de aire, caribeño o ruso. Sin embargo, también se bebe -whisky especialmente- y hay mujeres preciosas que a veces son espías, y otras no -un poco como en la vida-, y de las que uno siempre puede enamorarse. Está muy bien Ian Fleming y James Bond representa uno de los últimos baluartes de cultura popular contra la tiranía de la corrección política; pero Le Carré es otra cosa. Más realista en el fango que es vivir y matar a ambos lados umbríos del telón de acero, con esos protocolos de los sueños que hicieron a la gente arriesgarse a morir por tocar unos días sin que nadie vigilara sus pasos. Todo eso y mucho más es su literatura de espionaje. Ahora sabemos que John Le Carré, inglés por los cuatro costados, decidió morir siendo irlandés. Aprovechando que su abuela era de Cork, al sur de la República de Irlanda, tiró de árbol genealógico para cambiar de tumba: el cambio de pasaporte se produjo poco antes de morir. Lo cuenta su hijo Nicholas en el documental sobre su padre que se estrena hoy sábado en la BBC Radio 4: “En su último cumpleaños le di una bandera irlandesa. Así que una de las últimas fotografías que tengo de él es sentado, envuelto en una bandera irlandesa y partiéndose de la risa”. En el documental, dirigido por Philippe Sands, su hijo cuenta que Le Carré renegó de la nacionalidad británica por el Brexit, que le pareció “completamente irracional”. Le Carré presentaba en sus novelas a la inteligencia británica con una mezcla turbia de incapacidad y corrupción. Y en una entrevista con la cadena irlandesa RTE, calificó el brexit “sin duda alguna”, como “mayor catástrofe e idiotez” del Reino Unido desde “la invasión del Canal de Suez”. Suprema libertad final de un hombre, con ese gran reflejo catalán en su última hora.