Todavía era tiempo de chaqueta y de agendas. El sábado 14 de marzo de 2020, hoy hace un año, tenía escrito en mi libreta que la Real Academia había programado una visita guiada a la Ribera, Miraflores y el Campo de la Verdad que nos iba a explicar el geógrafo Juan Antonio García Molina. Terminado el paseo, y como era sábado, pensaba que nos pararíamos en la taberna El Pimentón para despedirnos de la normalidad porque en el ambiente se respiraba que algo iba a pasar. El paseo de la Real Academia se suspendió y, por supuesto, el desahogo gastronómico. En un ambiente con la mente noqueada tratábamos de cumplir con lo más imprescindible: en este caso recoger una planta de tomates cherry y unas nueces especiales de Extremadura que me había preparado mi amigo Ángel López Alegre, exdirector del Instituto Góngora, con el que hice los campamentos de la mili en El Muriano después de estudiar juntos Filosofía en Madrid y Salamanca. Quedamos, casi con miedo, en mitad del camino, en la zona de la Comisaría de Fleming, donde hay bares. Pero no nos atrevimos a despedirnos, por entonces, del mundo tomándonos una cerveza antes de que cerraran las cafeterías. Ni siquiera el tercio de Mahou Cinco Estrellas que nos ofreció como adiós temporal Amador Casaño, el hijo de Carmelo Casaño, uno de los mejores pensamientos de Córdoba, diputado en el Congreso cuando el 23-F de 1981 el guardia civil Tejero dio aquel golpe de Estado. Es que era un mediodía donde iba a intervenir el Gobierno y empezaba a aparecer el miedo a unos tiempos como de peste. Me fui a mi casa, puse la televisión y me asomé al balcón. Comenzaba otro mundo para el que no hacía falta agenda, el del confinamiento por la pandemia del covid-19.

El reloj de la Catedral –el alminar oculto de la Mezquita no señala las horas- da las dos en una soledad de luto en la Calleja de la Hoguera, por la plaza del pintor Miguel del Moral, donde sólo una imaginación educada en el desierto podría dibujar el interior de la Tetería Petra, de comida árabe, o las tapas de El Burlaero, justo en la entrada trasera al Caballo Rojo, donde Andalucía aprendió su alta cocina. Esta soledad de un año sin turistas desemboca en el número 6 de la calle Deanes, donde vivió el inca Garcilaso de la Vega, una casa señorial que se llama ahora Taberna Deanes, el único establecimiento abierto por la Judería, donde la puerta principal del Churrasco nos deja ver su interior. Las calles Romero y Almanzor y el cerrado hostal La Llave de la Judería describen cómo la gloria puede perder el cielo y casi arrastrarse por el suelo esperando el tiempo de la resurrección. Como Casa Bravo, Casa Salinas o Casa Rubio, que al lado de la muralla de la Puerta Almodóvar ya no ven clientes sino sólo historia y soledad. Porque la vida se ha ido para los barrios.

En el barullo de mi mesa de los papeles me encuentro una página de Local del periódico CÓRDOBA del 22 de junio del 2018 que abre el titular «Un nuevo foro busca vías para mejorar la convivencia vecinal y turística en el casco». La ermita de la Aurora en la calle la Feria fue el escenario del nacimiento de ese grupo ciudadano llamado Por el derecho a la ciudad. En la foto que ilustra la información veo al exalcalde Manolo Pérez; a Juana Pérez Girón, presidenta del Consejo de Distrito Centro; a Paco Paños, con quien fui a Tinduf; a María Jesús Monedero, de Amnistía Internacional, compañera mía de clases de inglés en aquella Salamanca de los setenta; Rafael Carmona, Rafael Blázquez y muchos integrantes más, la mayoría del movimiento vecinal.. El presidente del Consejo del Movimiento Ciudadano, Juan Andrés de Gracia, pensó entonces, en 2018, que «en este momento en el que el casco está asediado para convertirlo en un lugar de negocio, es necesario reflexionar hacia dónde queremos ir». En eso estamos después de ver lo que aconteció en el mundo después del 14 de marzo del 2020, cuando los turistas de todo el orbe le echaron cuatro candados a su vida de viajes, la ciudad se quedó sin dioses porque cerró hasta la Mezquita, los gatos conquistaron los espacios vacíos, el casco histórico selló casi todos sus negocios, las manifestaciones ciudadanas como la Semana Santa, la Feria, las romerías y los patios le tuvieron que poner un adorno de silencio a su belleza y casi justificábamos nuestra vida con aquellos aplausos de las ocho de la tarde. El año en que olvidamos las chaquetas y la agenda y se puso de moda la homewear, la ropa de andar por casa.