La mirada firme y positiva de Andalucía resulta imprescindible. Nadie sabe como los andaluces lo que somos y hemos sido. Conocemos bien nuestro pasado y nuestros valores; nuestras voces son inmensas, porque inmensa es la variedad es nuestra tierra, nuestras gentes, pueblos y ciudades. Un pueblo multicolor, una tierra sembrada de diversidad, y una Historia preñada de glorias y miserias, que de todo ha habido.

Nada más que nadie, pero tampoco menos que otros que ensalzan estridencias de identidad. Andalucía tiene en su haber la inmensidad de una conciencia fuerte de pertenencia a un colectivo, sin grietas graves ni pruritos de inconformismo, y eso vale su peso en oro. La pluralidad y diversidad en la mayor parte de aspectos de esta tierra son, quizás, la varita mágica de una mentalidad abierta -que siempre lo ha sido-, en un cúmulo inmenso de recepción de culturas y un impuso gigantesco de aportaciones hacia fuera, que alegremente se mecen en el concurso de un magnífico equilibrio y entendimiento.

El pasado enriquecido de glorias y miserias ha sido y es, quizás, el marchamo más importante de nuestro legado. Más allá de los tópicos decimonónicos (que crearon los viajeros europeos) nos avala un impresionante compendio de experiencias recurrentes, que de forma manida manejamos para nuestro conformismo como pueblo e identidad multicultural: Andalucía templó su espíritu desde bien temprano con fundamentos indígenas y relación inexcusable con los pueblos colonizadores del Mediterráneo (fenicios, tartesos...), asimilando formas económicas y políticas con las grandes civilizaciones que le dieron cuerpo y prestancia (Grecia, Roma, Imperio Islámico...); se forjó a fuego lento con la Reconquista, devenida del norte peninsular, formando un bloque indeleble de culturas variopintas (de antes y después) sabiamente integradas; asimismo, la imperecedera región del Betis se abre en la Modernidad hacia la América de los descubrimientos llevando sus gentes y cultura, apostando por nuevos horizontes con una apuesta firme por sumar quilates en aquel encuentro de las tierras lejanas, que habrán de traer en sus navíos de vuelta las esencias de otro mundo; tampoco ha sido ajena Andalucía a los requiebros de la lucha, las secuelas de tantos y tantos movimientos sociales, revueltas campesinas y elevadas aspiraciones de un Pueblo suplicante al cielo inmenso del trabajo, con sudores sangrantes bajo el sol que timbra siempre nuestra tierra. Andalucía tiene, sobra decirlo, ejecutoria inmensa de pasado, de pasión y de cultura. Con letras mayúsculas.

No es preciso enaltecer en más, ni criticar de menos; no son necesarias las estridencias de identidad ni superioridad alguna; basta con la aquiescencia equilibrada de un sentir propio que dice de forma muy completa quienes somos. De forma muy estridente hablan nuestros cánticos y lágrimas que siembran nuestro rostro. Más aún, porque Andalucía tiene en el presente la mano firme del futuro, que casi siempre se ignora en devaneos de pesimismo y crítica encarnizada (aunque no falten motivos puntuales para ello).

Ahora más que nunca se hace necesaria esa mirada positiva de una tierra que tiene -si no más nadie, no menos que otros- potenciales por doquier. Andalucía siente muy fuerte la pulsión de una juventud bien formada -que estudia y tiene aspiraciones grandes- que es el mejor caldo del cultivo del progreso, que debe seguir en los derroteros de más y mejor formación. Andalucía cuenta con amplios espacios naturales que constituyen la mejor garantía de una progreso equilibrado y sostenible con niveles de vida urbanos acordes con el mundo en que vivimos; contamos con regiones rurales abultadas que deben dejar de verse como un lastre, sino más bien la senda de contención de una población que puede y debe mantener sus esencias de vida en pequeños núcleos, con todas las garantías de progreso, innovación y magníficos estilos de vida. Las pérdidas demográficas de nuestros pueblos exigen apoyos institucionales y horizontes de prosperidad manteniendo a jóvenes y apostando por actividades económicas satisfactorias.

El potencial económico de Andalucía es grande en múltiples sectores y perspectivas -sin creérnoslo a veces-, mucho más allá del sempiterno aval turístico que conforma sin duda un resorte recurrente e indudablemente valioso. El potencial agrario indiscutible y la reorganización industrial deben de constituir pilares imprescindibles para generar trabajo y riqueza en los márgenes de una economía sostenible. Ante todo, creo que es imprescindible la conciencia firme de una región con grandes potenciales humanos y materiales; la esperanza y el afán de superación ante las problemáticas puntuales del momento (realmente gravosas, por el coronavirus) y la andadura con paso firme en una España donde los desequilibrios regionales han sido y son la tónica, pero donde Andalucía tiene elementos suficientes para reivindicar un futuro mejor; para avanzar con instrumentos fuertes de lucha (educación, conciencia clara de pueblo, recursos materiales...) en un mundo cada vez más competitivo y complejo.

Andalucía tiene y debe tener expectativas de futuro asentadas en valores positivos de realidad, capaces de superar las dificultades y problemas. Con el marchamo firme de sentirnos dueños de un futuro para una tierra rica, un pueblo con fuerte legado histórico y un colectivo con esperanzas firmes para una vida plenamente satisfactoria.

* Doctor por la Universidad de Salamanca