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Día de Todos los Santos y Difuntos

«... evocar a quienes nos han precedido en el camino de la fe y de la vida»

Nos acercamos al mes de noviembre. Un mes que comenzamos con el recuerdo de la muerte y de nuestros difuntos. Aunque de hecho el mes comienza no con la conmemoración de los fieles difuntos, día 2, sino con la gozosa celebración de todos los santos, día 1. Es decir, que anteponemos la vida a la muerte.

El domingo 1 de noviembre es la solemnidad litúrgica de Todos los Santos. Desde la Teología se trata de una popular y bien sentida fiesta cristiana, que al evocar a quienes nos han precedido en el camino de la fe y de la vida, gozan ya de la eterna bienaventuranza, son ya, por así decirlo y desde la fe, ciudadanos de pleno derecho del cielo. En esta solemnidad litúrgica, la Iglesia englobaba a todos los santos. Si durante el resto del año litúrgico se nos ofrecen las memorias de distintos y conocidos santos, en la fiesta del 1 de noviembre son protagonistas los santos anónimos, los santos desconocidos, los santos del pueblo, los santos de nuestras familias; santos, con rostro tan cercano que incluyen amigos, paisanos, conocidos y familiares. «El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que es más bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe y compromiso cada día pues vive para amar» (Lumen Gentium). Para la Iglesia católica, el día 2 se trata de una conmemoración, un recuerdo en favor de todos los que han muerto en este mundo (fieles difuntos), por el hecho de seguir a Cristo con todas las consecuencias. Este día, los creyentes ofrecen sus oraciones (llamadas sufragios), sacrificios y la misa para que los fieles difuntos lleguen a la presencia de Dios. Hay, pues, una gran diferencia en la fiesta del día 1 y el ambiente de oración y sacrificio del día 2. Aunque la iglesia siempre ha orado por los difuntos, fue a partir del 2 de noviembre del año 998 cuando se creó un día especial para ellos, y fue instituido por el monje benedictino San Odilón de Francia. Su idea fue adoptada por Roma en el siglo XVI y de ahí se difundió al mundo entero.

Es un día en que incluso los no creyentes asisten al cementerio y recuerdan a sus difuntos, surgiendo las interrogantes existenciales sobre la vida y el después de la muerte, máxime en una cultura laica que vive bajo la dictadura del presente, del ahora, anulando el pasado y sin pensar en el futuro. Estas tradiciones, desde hace algún tiempo, son invadidas por las de otros lugares, que son popularizadas por el cine y la televisión teñidas de superficialidad y consumismo. Sin intención de minusvalorarlas, sería una lástima que un planteamiento meramente lúdico entre la broma y el terror a base de calabazas, calaveras, brujas, y fantasmas, acabe desplazando las seculares tradiciones de nuestra tierra, más fundamentadas en la convivencia y el encuentro festivo con la familia y los seres queridos, sin olvidar las castañas y las gachas. Finalizo con Santa Teresa que dice: «Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero».

* Licenciado en Ciencias Religiosas

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