El análisis (bio)químico cualitativo, materializado en test o ensayos, proporciona respuestas binarias si/no y, en algunos casos, respuestas dudosas al controlarse, por ejemplo, las infecciones en las pandemias. Cuando se someten muchas muestras estándar de contenido conocido de diferentes de individuos sanos y enfermos, la fiabilidad se define con el porcentaje total de aciertos del test. Si ésta es del 100% se trata de un ensayo contundentemente seguro. Cuando es menos del 100%, se originan falsos positivos o falsos negativos, que no tienen la misma trascendencia ya que si es un falso negativo se considerará al verdadero enfermo infectado como sano, que podría morir y si es un falso positivo se cuidará inútilmente a un individuo sano.

De ahí la importancia de la asequibilidad universal de tests de calidad, fiables y sin falsos negativos para combatir la tremenda pandemia del coronavirus que está azotando a la humanidad. Sin el uso masivo de test seguros para detectar la covid-19 en humanos, no se conocerá la extensión real de la pandemia y no se podrá combatirla adecuadamente. Recuerden hace unas semanas al director general de la OMS pidiendo test, test, test... en su comparecencia diaria. El empleo masivo de tests ha sido una de las causas de que Corea y Alemania estén controlando mejor la pandemia. Se sospecha que el numero de infectados seria el doble si se hubiesen aplicado universalmente los test a toda la población.

Los test seguros del coronavirus se basan en la replicación de material genético del mismo (ARN) mediante PCR (reacción en cadena de la polimerasa, inventada por K. Mullis, Premio Nobel de Química 1993) que es lenta (4-5 horas) pero, en principio, fiable ya que se detecta su presencia o no en las muestras de mucosa de los ciudadanos. Con el colapso de los laboratorios y escasez de test, en vez de horas es habitual saber el resultado en días. Se precisa personal especializado para desarrollarlos, que es escaso y está sobrecargado. A veces el fallo es la incorrecta toma de muestra en la nariz o la boca.

Los denominados test rápidos son muy atractivos por su respuesta en 10 minutos y su simplicidad ya que no precisan especialistas. Tienen un fundamento distinto pues detectan anticuerpos del individuo generados en defensa del coronavirus. El problema es que no hay preconcentración o multiplicación del analito diana durante el ensayo, lo que genera una baja sensibilidad. Originan muchos falsos negativos, de ahí la alarma originada por los test adquiridos a China (9.000 ficticios al principio y después 640.000 reales) a través de una empresa intermediaria española que es un fantasma por deseo expreso del Gobierno. Afortunadamente se ha detectado el fallo por expertos de la Comunidad de Madrid asombrados por tantos falsos negativos. Esperemos que los aplicados no hayan conducido a decisiones erróneas. La empresa china Shenhen Bioeasy Biothechnology los ha retirado y serán sustituidos por otras test rápidos más sofisticados con un micro-instrumento fluorescente y que deberán ser aplicados por expertos. Pese al fiasco, el Gobierno vuelve a confiar en esta empresa. De este desastre, todos salen peleados pero indemnes y los negocios continúan. Seguimos teniendo un colosal déficit de test.

Que la política prevalece sobre la ciencia y tecnología es evidente. Así, una empresa española ofrece test rápidos fiables, pero está “manchada” políticamente al tener su directora científica e inventora el apellido Cospedal, que no tiene pedigrí izquierdista precisamente, y por tanto no es considerada por el Ministerio de Sanidad, hasta donde se sabe en las tinieblas de la falta de transparencia, que es un crisol de sospechas.

Sin información (bio)química fiable es imposible combatir el coronavirus. Algo tan obvio no “estaba previsto” en su momento. Ahora los pedidos de test agobian a los fabricantes de todo el mundo, los precios suben como la espuma y la cola para conseguirlos es inasumible. Además, hay algunos indeseables y listillos que se aprovechan de la situación. ¿Quién ha dirigido la estrategia española contra la epidemia y después pandemia? Desde luego, si fuese alumno mío, le pondría un suspenso irrecuperable.

La información es el cuarto poder social, además del político, legislativo y judicial. Que se tome nota de su importancia estratégica, si se quiere salir de la pandemia cuanto antes.

* Profesor jubilado de la Universidad de Córdoba