La acertada decisión tomada por el prelado de la diócesis, alcalde de la ciudad y presidente de las cofradías de suspender las estaciones de penitencia en la próxima Semana Santa por la mortífera epidemia del coronavirus, nos pone de actualidad los precedentes históricos de este mismo hecho en Córdoba.

Desde comienzos del siglo XVII hasta nuestros días tenemos constancia documental de que todas o algunas hermandades han dejado de recorrer las calles durante la celebración pasionista por causas muy diversas, unas que podemos calificar de ordinarias y otras de extraordinarias. Resulta obvio que las primeras están motivadas por las inclemencias meteorológicas, lluvias que suelen ser frecuentes cuando la fiesta cae en abril.

Mayor interés tiene el estudio de aquellas situaciones excepcionales que han impedido de manera directa o indirecta las seculares estaciones de penitencia. Todos recordamos que motivos de índole política son los que originan que las procesiones de Semana Santa durante la II República estuvieran ausentes en la ciudad en 1932, 1933 y 1934, mientras que en 1935 solamente se permitiera la oficial del Santo Entierro y al año siguiente por iniciativa de un sector de la cofradía recorriera las calles la de Nuestra Señora de las Angustias.

En ocasiones asimismo excepcionales algunas cofradías deciden suspender la acostumbrada estación de penitencia en señal de rechazo a medidas adoptadas por los titulares de la silla de Osio. Un ejemplo bien elocuente lo tenemos en la postura adoptada por la nobiliaria cofradía de Jesús Nazareno en 1688 como protesta a la supresión del cubrerrostro por el cardenal Salazar y la prohibición de salir de noche.

Sin embargo, el paralelismo con la situación de la primavera actual lo encontramos en el siglo XVII, debido a los tres brotes epidémicos que arrojan un trágico balance de víctimas en la ciudad en 1601-1602, 1649-1650 y 1682. Ante el dramático panorama se plantea la necesidad de adoptar medidas sobre la Semana Santa. Numerosas personas se concentran en las calles para ver los desfiles y, de manera especial, en las inmediaciones de la iglesia mayor, donde todas las hermandades realizan estación.

Estando la sede episcopal vacante, en marzo de 1602 el provisor general del obispado propone al cabildo catedralicio la conveniencia de suspender ese año las procesiones, argumentando que la aglomeración de gente agravaría las trágicas consecuencias del contagio. Los capitulares rechazan la petición, pero restringen el horario de apertura de los templos al acordar su cierre desde las nueve de la noche del Jueves Santo hasta las cuatro de la madrugada del día siguiente.

También en la primavera de 1650 las autoridades se ven obligadas a prohibir las procesiones por miedo a la propagación de la epidemia. Sin embargo, la medida queda sin efecto, debido a las presiones ejercidas por algunas cofradías, y al final se opta por dar libertad a las hermandades. La de Jesús Nazareno suspende la estación de la madrugada del Viernes Santo, aunque el hermano mayor deja muy claro que su postura no obedece a falta de devoción, puesto que unas semanas antes la imagen titular había salido en rogativas con la asistencia de numerosos fieles y penitentes.

El gran poder de convocatoria de las Semana Santa cordobesa en su etapa barroca de esplendor y auge obliga a poner sobre la mesa la suspensión de las procesiones por temor fundado a la propagación de las epidemias en el siglo XVII, una situación que desgraciadamente vuelve a ser actualidad hoy.

* Historiador