Los que somos «de letras» tenemos ahora un enemigo inesperado. Quién lo iba a decir, con los esfuerzos que hemos hecho. Hemos interpretado estadísticas con acierto, hemos conseguido enterarnos un poco de lo de la bolsa, sabemos descifrar cuántas series tiene un número de lotería, hemos bregado con las comisiones de los bancos sin morir en el empeño, hemos hecho nuestros cursos de internet y redes sociales e incluso tenemos una ligera idea de lo que dicen los recibos de telefonía y los de la electricidad (en esto último mentimos, claro). Tras abrirnos camino por la vida, encontramos un nuevo escollo, esta vez insalvable: el algoritmo. Ahí lo tienen. Las matemáticas, aliadas con la informática, introducen misteriosas fórmulas en las que Google decide lo que vas a encontrar en su buscador (que es para muchos como un hermano mayor: «yo es que le tengo mucha fe a mi Google») o quiénes te van a leer en la web, y Facebook averigua qué debe hacer para adentrarse un poco más en nuestros pensamientos para venderlos luego, claro. Por favor, no me riñan los matemáticos, ya sabemos que el algoritmo no es un término nuevo, y se utiliza para mil cosas, sino que ahora ya no se esconde y aflora convertido en instrumento del mal. Todo se reduce al dinero, faltaría más, y el dinero se ha casado con los algoritmos para fatalidad de la población mundial.

El feliz matrimonio se extiende a todo. ¿Por qué no a la búsqueda de pisos? Así que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ha abierto expediente sancionador a siete empresas de intermediación inmobiliaria, entre ellas al portal Idealista, por coordinarse en precios y otras condiciones comerciales y utilizar ¡algoritmos! que tenían como consecuencia la subida de los precios de las viviendas que se ofertan. Por descontado, ellos dicen que no y que colaborarán en la investigación. Estupendamente. Pero mientras, cabe preguntarse si es posible que los intermediarios estén contribuyendo a que se infle de nuevo la burbuja inmobiliaria. Ya se sabe que viven de sus comisiones, y a más alto precio, más alta comisión, pero... ¿Y ese ápice de humanidad que debería tener cualquiera que conozca los salarios medios y la desesperación de los que buscan vivienda? Puede que a Idealista no pueda exigírsele que responda con sus hechos a su noble nombre comercial, pero la Administración debe velar e impedir que los gigantes se pongan de acuerdo para estrangular al consumidor. La cosa se investiga, a ver en qué queda, pero la alerta de la CNMC hace aflorar un fleco más de esta nefasta política de vivienda que denunciaba hace unos días el relator de la ONU. Indefensos estamos ante el ataque descontrolado del algoritmo.