Al llegar al control de pasaportes de Riad, el choque se hace inmenso. Tras una abaya negra que les cubre el cuerpo, y un nicab en la cabeza que solo deja entrever los ojos, varias oficiales gestionan nuestra entrada en el país. Me pregunto cómo controlan la identidad de sus pasajeras y callo, intimidada. Hace muy pocos meses que Arabia Saudí puede ser visitada por turistas. Tenemos ocho días, somos tres amigas y recorreremos el país en vaqueros.

El policía indicará al conductor del coche de Uber que ninguna de nosotras debe sentarse a su lado: las mujeres, detrás. Pero, en honor a la verdad, comienza a ser una excepción. Se advierte el deseo de modernizar impulsado por el propio príncipe Mohamed bin Salmán, que conlleva también la reestructuración del país y de su capital, de más de siete millones de habitantes. Mezquitas preciosas y lujosos rascacielos contrastan con barrios pobres, donde el polvo de la arena del desierto lo cubre todo. Pocos centros culturales, y el metro, en construcción.

Por la mañana, el sol cálido nos acaricia mientras tomamos un café, sentadas en la plaza Deera, denominada popularmente 'Chop Chop', porque aquí tienen lugar las ejecuciones públicas, a menudo por decapitación. Absorta en estos contrastes, advierto la espiritualidad del canto que invita y ordena a dejarlo todo. Cinco veces al día, desde la madrugada hasta que cae la noche, todo tipo de establecimientos bajan la persiana durante unos veinte minutos para rezar. La mezquita está cerca, pero cualquier lugar es bueno para arrodillarse ante Alá. Los clientes tendrán que esperar.

Las mujeres jóvenes nos miran con admiración y quieren tomarse una selfi con nosotras. Ríen con complicidad. Aseguran que los hombres no ven con buenos ojos que puedan dejar atrás la vestimenta que las uniformiza, aunque ellos digan que es opcional. En los centros comerciales, las maniquís lucen vestidos, faldas y blusas sexis, únicamente para ser usadas en fiestas familiares, en la intimidad.

En el aeropuerto de Medina, un desconocido, que se nos presenta como miembro de un ministerio, se ofrece a mostrarnos la ciudad y nos invita a cenar con unos amigos.La hospitalidad árabe es ancestral. Mientras paseamos, el relaciones públicas del Centro Cultural, nos hará pasar para proyectarnos el vídeo de la historia de la ciudad. En realidad, un puro canto al Islam. Al lado del mar, en el paseo de la Corniche de Geddah, maravillosa puesta de sol y noche de fin de año. Cenamos entre amigos en un restaurante. La música ha dejado de estar prohibida, el alcohol aun lo está. Nos invitarán a fumar shisha, en comunidad.

Sé que no hay garantías democráticas y que los derechos humanos y las libertades están muy restringidos. Pero doy fe de que hemos conducido por el desierto, donde solo hace año y medio que las mujeres pueden llevar un volante. Este año, el Dakar atraviesa Arabia Saudí, y, en breve, se jugará la Supercopa de España. Las mujeres podrán ocupar la misma grada que los hombres, y esa es la novedad.

* Periodista