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Tribuna abierta

Ricardo Crespo

A propósito de la película de Amenábar

La película de AmenábarMientras dure la guerra nos ha vuelto a traer a la memoria los últimos meses de la vida de don Miguel de Unamuno y el discurso que pronunció en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Unamuno, que había contribuido económicamente incluso con los sublevados, acababa de ser restituido a su puesto de rector por la Junta Militar golpista tras su destitución por el Gobierno republicano.

En este escenario, las afirmación más controvertida e inesperadas de su intervención, y por la que Unamuno se reivindica ante la Historia, es la conocida frase dirigida a los sublevados de que “venceréis porque poséis la suficiente fuerza bruta, pero no convenceréis”. En la película de Amenábar y en una reciente entrevista al director cinematográfico en RTVE se añade “...porque para convencer hay que persuadir”.

Pero, según Robert Payne (The civil war in Spain, Ed. Putnam, N.Y. 1962), la frase es aún incompleta, ya que Unamuno añadió: ”… y para persuadir necesitaréis lo que no poséis: razón y derecho en la lucha”. Este remate del argumento ante el auditorio fascista encabezado por el general Millán Astray me parece más convincente (hay varias versiones) porque precisamente en la lucha entre la Fe y la Razón se desarrolla la obra y la vida misma del escritor e intelectual vasco.

Durante años yo utilicé este texto histórico en mis clases de Literatura y se lo daba a leer a los alumnos dentro del estudio de San Manuel Bueno, mártir, donde Unamuno, a través del personaje Manuel Bueno, narra las vicisitudes de un párroco al que se le apagaba la voz cuando llegaba en su rezo a “la resurrección de la carne y la vida eterna” y prefería realizar obras en esta vida ayudando a las tareas diarias de sus feligreses. Es decir, el párroco afirmaba creer en la misa lo que dudaba en su fuero interno para dar esperanza a los fieles, pues creía que era la Fe en el más allá, la promesa de inmortalidad, lo que les mantenía la esperanza del vivir. Por ello, Manuel Bueno era “mártir” y Unamuno se debatía en un pensamiento agónico que confundió a los fascistas. (En clase una alumna norteamericana me objetó: "Profesor: yo entiendo gramaticalmente 'un mono' y 'una mona', pero no 'una muno'". En verdad, era raro Unamuno).

Bromas aparte, aquel 12 de octubre a Unamuno le despertó el grito de ¡Viva la muerte! de uno de los asistentes "inspirado hasta el punto de captar la falsa lógica de un slogan que la mente común considera el producto de un cerebro epiléptico", en el decir de Payne. Acuñado por Millán Astray como un grito de guerra en África, a Unamuno le parecía necrófilo y sin sentido, equivalente a ¡Muera la Vida!, una repelente paradoja.

* Comentarista político

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