H ace ya muchos años, allá por los 90 del pasado siglo XX, el entonces obispo de la diócesis de Córdoba, monseñor José Antonio Infantes Florido, escribió una extensa Carta Pastoral, que llevaba por titulo «Profetas en paro». El prelado se refería a que las «voces, mitad airadas, mitad proféticas», que se habían levantado en el Concilio y después del Concilio, con la llegada de la democracia a España, con los dramáticos «procesos de secularizaciones», habían desaparecido. Quizás, a partir de entonces, el profetismo entró en crisis. ¿Cuál es la misión de los profetas? El verdadero profeta se siente escogido por Dios y enviado al mundo, a la sociedad de su tiempo, para «anunciar, denunciar y ofrecer un anticipo de los males que se avecinan si nos alejamos de Dios». ¿Dónde se encuentran hoy los profetas? En todas partes. En cualquier lugar y en cualquier momento puede aparecer la silueta de un profeta, alguien que se dirige a nosotros con un mensaje nuevo, una buena noticia, un gesto hermoso, un testimonio clarividente. Profetas son nuestros pastores, desde el Papa Francisco, hasta el último sacerdote de la aldea más perdida, que, por su misión y obligación, han de anunciar la Buena Noticia, con fidelidad y encanto, con valentía y audacia, con perseverancia y paciencia, con amor y entrega generosa. Hoy, especialmente, podemos encontrar a los nuevos profetas en los Medios de Comunicación Social, tan potentes y actualizados, y en las redes sociales. Profetas como Amaya Azcona, directora general de RedMadre, quien proclama que es importante explicar a la sociedad que «los niños tienen derecho a nacer y a vivir, aunque ese niño no tenga lo que denominamos todas las capacidades». Profetas como Peter Kreeft, profesor de Filosofía en el Boston College, que expone siempre las tres ideas más preciosas: «Primera, una sola cosa es necesaria, preguntarnos qué quiere Dios de mi y hacerlo; segunda, el camino de la felicidad es el olvido de sí mismo; y tercera, para los que aman a Dios todo es para bien». Profetas como Arturo Pérez Reverte que denuncia tres carencias en la sociedad española: «Gobernantes lúcidos; sabios sin complejos que hablen a los españoles mirándonos a los ojos, sin mentir sobre nuestra naturaleza y asumiendo el coste político que eso significa; y gente dispuesta a decir: preparemos al niño español para que se defienda a sí mismo, eduquémosle para que conviva con todos». Profetas como el periodista David Jiménez que escribió: «El periodismo de esta hora ha de ser un periodismo sin militancias ni sectarismos, defendiendo principios y no partidos, sin intenciones políticas propias ni de terceros». Profetas como Irene Villa, que describe los destellos de una «Mujer 10»: «No tiene que ser perfecta; sabe extraer lo mejor de cada situación; sonríe aunque no todo esté a su favor; actúa y pelea, toma decisiones; se atreve a vivir como siempre soñó; no busca culpables ante las adversidades, sino que cree, mejora y se adapta; escucha y suele ser el puntal familiar; vuelca su corazón en todo lo que hace; no le asusta vivir todo tipo de emociones intensamente, sin ansiedades ni farsas; y a lo largo del camino ha aprendido a liberarse de complejos porque es una persona auténtica que no tiene nada que esconder». Profetas como Jesús Sánchez Adalid: «Dios espera de nosotros que nos encontremos con Él en la oración». Profetas como José Antonio Marina: «El coraje es mantener la gracia, la agilidad, la soltura, en una palabra, la libertad, cuando se está sometido a presión». Profetas como José María Carrascal: «Las encuestas no son cálculos matemáticos de lo que va a ocurrir sino intentos más o menos descarados de influir en el voto para que su predicción ocurra». Profetas como Luis María Anson: «O se está con la libertad de expresión o se está contra la libertad de expresión. Pero si está con la libertad de expresión hay que hacerlo con todas sus consecuencias». Profetas como el cardenal Carlos Osoro: «El relativismo es una de las amenazas más peligrosas para la democracia». Profetas como Nacho Uría, quien propone: «Lo esencial es no perder el sentido del humor. Y del amor, si es que lo tenemos. Cuando eso ocurre, la profesión periodística lo fertiliza todo». A esta lista, podríamos añadir centenares y miles de nombres. Deber nuestro es descubrir con urgencia el nuevo «profetismo y los nuevos profetas».

* Sacerdote y periodista