Carolina es madre de una niña de once años. Esta frase es el marco de la historia, porque a partir de aquí vienen los flecos y las singularidades --todos somos distintos, todos acumulamos fragilidades y fuerzas, talentos y carencias--, porque lo importante es que se trata de la historia de una madre y de una hija, de unos padres y una hija. Carolina, la madre, se dirige a las oficinas del campamento «Pueblo inglés» para informarse sobre su organización y sus características, pero también para explicarles que su hija tiene algunas necesidades especiales. Porque Inés, que ha ido antes a otros campamentos, tiene un retraso madurativo de dos años y un grado de motricidad inferior al de sus compañeros. Como luego ha explicado su madre en una emocionante carta, Inés, sencillamente, es más lenta. Pero como ella misma razona, si le explicas las cosas despacio, Inés asimila toda la información y responde como los demás niños. Su nivel de inglés es básico, pero «ha demostrado durante los dos últimos años una gran persistencia e ilusión por aprenderlo», como acreditan los informes de sus profesores nativos, que destacan su capacidad de comprensión y sus ganas de saber. Así que en esa primera reunión parece ser que los padres, pensando en el bien de su hija, explican las posibles dificultades de la niña. Respuesta de los organizadores, según la carta de la madre: «Sin problema, son actividades divertidas, los niños que van de su edad tienen distintos niveles de inglés, y van a nuestro campamento para aprender y divertirse». Así que los padres se convencen, la inscriben en «Pueblo inglés», pagan 1.600 euros y dejan a su hija en manos extrañas.

Después, durante la mañana de inicio del campamento, también hablan con la coordinadora del campamento, aportándole más información sobre la personalidad y las limitaciones de su hija, contándole además que en los anteriores campamentos de verano la experiencia de Inés había sido excelente. Sin embargo, esa misma noche todo se tuerce, como sabrá quien haya leído la noticia: la noche del viernes 28 de junio, a las once, la coordinadora llama a Carolina para contarle que van a sacar a la niña del dormitorio común, porque una madre se ha quejado. Le dice: «Una madre ha llamado para quejarse y no quiere que Inés duerma con su hija». La solución propuesta por la monitora es sacar a la niña del dormitorio y llevarla a dormir con ella a otro cuarto, separándola de las demás niñas. Inés será una niña algo más lenta, pero demuestra en ese momento su sensibilidad, porque es consciente del origen del rechazo y no entiende por qué tiene que separarse de las otras niñas. También demuestra dignidad, porque se niega a que la saquen de allí. La explicación de las otras madres es brutal: «Que sus hijas están en un colegio de integración, que durante todo el año tienen que convivir con niños de necesidades especiales y que cuando llega el verano se merecen disfrutar del campamento sin tener que estar con estos niños». Hasta ofrecen a los padres un monitor exclusivo para Inés, siempre y cuando que no esté con los otros niños. Discriminación en plan buen rollo.

Al negarse los padres a esa solución repugnante, la expulsan del campamento. Los lectores avisados habrán reparado en que no he hecho énfasis en que ésta es la versión de los padres y que habría que escuchar a la otra parte. La presunción de inocencia, siempre. Claro: pero es que he escuchado a la madre y me ha convencido su versión, mientras que las explicaciones dadas por la dirección del campamento se escurren entre el delirio y la contradicción aceitosas. He escuchado al responsable y nada de lo que argumenta tiene consistencia, mientras que escuchando a la madre me he reconocido debajo de su piel.

Como padre, quiero que mi hijo conozca a niños de todas las naturalezas, de todas las capacidades y talentos; pero también con todas las vulnerabilidades, entre otras razones, porque así aprenderá a entender mejor las suyas, que también las tendrá. Y eso es más importante que hablar inglés o francés, bañarse en la piscina, dibujar o participar en las otras actividades recreativas. Pero es que, además, todos albergamos flaquezas, grietas, puntos débiles. Y también debemos aprender a abrazarlas, entenderlas, amarlas. Inés es lenta, y qué. Todos lo somos para algunas cosas, nadie es rápido en todo, ni en todo es bueno serlo. También tiene entusiasmo, capacidad de aprender, sensibilidad, dignidad y amor propio. Yo la querría en mi equipo: a ella y a su madre.

* Escritor