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A pie de tierra

Desiderio Vaquerizo

Locura colectiva

Las cotas de consumo llegan tan alto que los que no se pliegan al pensamiento único son seres extraños

No he visto jamás Juego de Tronos. ¿Creen que debería ir al médico? Son ya tantos años hablando de la serie en cuestión, y tantas la histeria y la pasión que desató el estreno de su último capítulo, tantas las páginas de los periódicos de todo el mundo que ha ocupado, tantos los minutos de radio y de televisión acaparados, que no participar de semejante pandemia debe ser sintomático de patología grave. El problema es que no sé muy bien a qué especialista debería dirigirme. ¿Habrá médicos versados en analfabetos catódicos? A día de hoy las cotas de consumo colectivo han llegado tan alto, que quienes no se pliegan al pensamiento único y la presión de la mayoría son considerados seres extraños, solitarios, ajenos a lo mejor de la existencia, alienados por el trabajo y el sentido de la responsabilidad, estoicos incapaces de disfrutar la vida, sin tema de conversación; muermos en toda regla, vaya. Eso, en una sociedad que ha instituido oficialmente el Día Mundial del Friki. Preocupante, muy preocupante...

Quien más y quien menos habrá organizado o asistido estas últimas semanas a una primera comunión, quizá incluso a un bautizo. Hace ya tiempo que las bodas se convirtieron en acontecimientos multitudinarios, perfectos escaparates para la ostentación, el lujo, la excentricidad y la estulticia (tuvimos no hace mucho un ejemplo perfecto de derroche casi obsceno, aplaudido paradójicamente por televisiones, público y prensa); pero las comuniones y los bautizos no les van a la zaga. En los pueblos la gente sale a las puertas de sus casas como antiguamente para ver el desfile de trajes, vestidos, tocados, estiletes imposibles y bolsos caros o que aparenten ser caros; y el personal rivaliza en ofrecer más que los demás, sin miedo a llegar al más puro despiporre. He oído que el regalo estrella de este año ha sido un viaje con todos los gastos pagados a Disneyland. Eso, en Córdoba, que se cuenta entre las primeras ciudades de España en paro, fracaso escolar, pobreza aparente y explotación laboral. ¿Hay quien lo entienda? Estamos enfermos de vanidad y de dinero; y lo más aterrador es que buena parte de éste es negro zaíno como el más serrano de nuestros carbones.

El surrealismo vital y los excesos están alcanzando tales cotas, que la Humanidad en su conjunto parece haber perdido el poco seso que le quedaba y petará antes o después cual petardo de feria. Lo decía no hace mucho en una entrevista el filósofo italiano Gianni Vattimo: «Espero morir antes de que esto reviente». Filántropos lapidados en público por ejercer como tales; mamarrachos de los más variados géneros, color y condición al frente de nuestros destinos; mercadeo degradante de la cosa pública, ajeno al interés colectivo; colapso en las cimas del mundo; jóvenes aburridos de tenerlo todo; politatuajes que terminarán en puro colgajo; lenguas bífidas, no solo en sentido metafórico; juegos de muerte y asfixia (choking game) que dejan a niños al borde del ictus o de la muerte; frustraciones personales paliadas con cirugía plástica y viajes al fin del mundo; redes sociales convertidas en amenaza pública; mitomanías llevadas casi a lo psicótico; cárceles de ida y vuelta; parricidios cotidianos y suicidios programados; manipulación amarillista del crimen, más barato que nunca; mascotas mimadas como bebés, mientras millones de niños y de ancianos mueren de hambre u olvidados; infancias cautivas que se proclaman libres; trajes de baño en tela adhesiva, sustitutivo eficaz de la epilady; obsesión enfermiza por grabar y transmitir la vida en lugar de vivirla; cantamañanas que, amparados en el sistema, quieren ganar lo mismo y tener idénticos derechos que quienes llevan décadas partiéndose el lomo; pensiones en peligro; esclavitud militante de los dispositivos móviles frente al placer de compartir la palabra y disfrutar del otro; drogas a porrillo; selfies y patinetes asesinos, etcétera.

En tres palabras: el mundo al revés, sin que nuestras instituciones, al servicio de unos y otros, permanezcan ajenas a tan degradante proceso. Recuerden si no lo ocurrido en el inicio de la nueva legislatura: infantilismo, bravuconadas, colegueo, ambiente de botellón, envilecimiento general, vergüenza ajena. Todo, en buena medida, por la desaparición del criterio de autoridad; por la obsesión en no aplicarlo ante el reinado disparatado de lo políticamente correcto, del buenismo garantista, de los intereses espurios y de la doble moral, a fin en último término de sortear, sin pudor ni temor a la infamia, las consecuencias naturales que cualquier decisión autoritaria pueda generar. Un dislate donde los haya que no sabemos adónde nos va a llevar, pero que mantendrá los próximos años al españolito medio, pagador y más o menos sensato, en continuo sobresalto, con la mano en la cartera y sin que le llegue la camisa al cuerpo.

* Catedrático de Arqueología de la Universidad de Córdoba (UCO)

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