Dice mi amigo que estoy obsesionado con Albert Rivera porque he enmarcado la carta que me escribió pidiéndome el voto o porque a veces me quedo callado imitando el magnífico alegato de mi ídolo en el debate electoral y le suelto a mi amigo: «¿Lo escuchas, Manolo? Es el silencio». Puede que mi amigo lleve razón. Lo cierto es que quiero riverizarme por completo, ser como Él, estar donde está Él, parecerme a Él.

Ser un convencido predicador de una idea y repetirla muchas veces al filo de la demagogia: el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos y no en manos de políticos que se lo gastan en cualquier cosa. Ser un taimado defensor de la privatización más o menos encubierta de servicios públicos. Ser receptivo a las propuestas de grandes multinacionales con sobrada capacidad para terminar siendo adjudicatarias de los servicios privatizados. Ser flexible (mucho) para decir una cosa y hacer la contraria. Ser inflexible (todavía más) con el nacionalismo y participar en una manifestación nacionalista con miles de banderas, viva España. Ser de derechas de toda la vida pero decir en un principio que no, que ya no hay derecha ni izquierda y que eso es vieja política. Ser incapaz de pactar con un partido ultrafranquistoide y pactar disimuladamente con un partido ultrafranquistoide. Quiero ser Albert Rivera.

Estar. Estar donde hay que estar: no hemos venido a ocupar sillones porque sí pero ocuparlos a las mínimas de cambio. Estar mandando gracias a un cambio de cromos, yo te doy este y tú me das ese y aquel. Estar en reuniones en las que se pacta y estar en ruedas de prensa para decir que no se ha pactado. Estar en coches oficiales y en desayunos informativos y en platós de televisión tirando de argumentario y en mítines superguays dando paseítos por el escenario. Quiero estar donde está Albert Rivera.

Parecer de centro. Parecer moderno. Parecer otra cosa. Parecer un inmaculado apóstol de la regeneración democrática. Parecer un comprometido abogado del pequeño autónomo pero apostar por la falta de regulación de los horarios comerciales o por las nuevas formas de vieja explotación. Parecer en contra de las diputaciones pero entrar en la pelea para presidirlas. Parecer ajeno al compadreo con los grandes mandamases de la banca y el ladrillo. Parecer inmune a las tentaciones del capitalismo de amiguetes. Parecer en todo momento una persona dialogante pero cerrar la puerta a cualquier intento de acercamiento a los otros en la más pura lógica del conmigo o contra mí y del cuanto peor mejor. Parecer indudablemente comprometido con la lucha por la igualdad pero defender el alquiler de cuerpos de mujer según la oferta y demanda de cuerpos de mujer. Quiero parecer lo que quiere parecer Albert Rivera. De momento, claro.

* Profesor