El mundo vive en su propio mundo. Para que tú, individuo, pases por alto lo que verdaderamente sucede a tu alrededor, el mundo usurpa tu tiempo y te deshidrata con noticias extremas y conversaciones de mundo: giros y piruetas en torno a reiterados, intrascendentes y agotadores montajes familiares, vecinales, nacionales. Consecuencias: 1. Es imposible sostener la cordura empapado de informaciones y desinformaciones mil veces repetidas veinticuatro horas por segundo. 2. Cuando se casca más de la cuenta sobre fulanitos y menganas, resulta muy difícil no rebasar la línea entre comentario y metemierdismo. «Hay que estar en el mundo», insisten al verte abandonar la noria para tomarte unos minutos de disidencia. Así, todo lo que signifique «despistarse» en el mundo real, como leer un libro, contemplar un culo humano o pasear en silencio pone en evidencia tu carácter antisocial, pasado de moda, obsoleto porque: 1. Aún no has hecho ninguna foto (¿qué te pasa?). 2. No me hablas. 3. ¿Todavía no sabes que estamos en precampaña?
Todos los esfuerzos por inventar nuevas realidades-necesidades programadas para ti caen siempre en el absurdo del binomio tendencia-ventas. Por ejemplo, una vez más: os ponen a todas a escribir gilipolleces con los pulgares cuando es mucho más fácil, posible y e-vo-lu-cio-na-do usar la voz. Esto nos lleva, curiosamente, al teléfono de toda la vida, herramienta que veinticinco años atrás no necesitabas portar a cuestas. Pero el tamagotchi inteligente ya entró y ahí te ves, machacando pulgares a la orden, oh sí, respondiendo, «en el mundo». Un mundo privatizado, embarrancado en un arrecife de whatsapps y tweets, tomado por las fotos y los espejos. Un mundo simple, adicto a una pescadilla de novedades y mentiras que ya se empieza a morder la cola. ¿Se te ha olvidado que puedes hacer y votar lo que y a quien te dé la gana? Escucha la canción...
* Escritor
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