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Manuel Fernández

La Córdoba de Ernesto Cardenal

Ocurrió hace 35 años. En Nicaragua y en la Córdoba de España. El 4 de febrero de 1984, en el marco de la Guerra fría, el Papa Juan Pablo II -Karol Wojtyla-- suspendió a divinis, del ejercicio del sacerdocio, a Ernesto Cardenal, miembro de la teología de la liberación y ministro de Cultura del gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional hasta 1987. Ahora, hace unos días, el 17 de febrero de 2019, se ha dado a conocer una carta del Papa Francisco a Ernesto Cardenal informándole del levantamiento de la suspensión a divinis impuesta por Karol Wojtyla en 1984. ¿Qué hizo Ernesto Cardenal desde su encuentro con Juan Pablo II el 4 de febrero de 1984? Pues, entre otras cosas, venirse a Córdoba a escribir poesía. Cura de pobres y marginados, este hombre, que fumaba Camel y que fue coautor junto a Carlos Mejía Godoy de la Misa Campesina Nicaragüense cuando ejercía su apostolado en la comunidad de Solentiname, vanguardista, junto con Leonardo Boff y Gustavo Gutiérrez, de la Teología de la Liberación, se instaló en el hotel Maimónides donde estuve charlando con él. Recién llegado de Bruselas, en donde participó en el Tribunal Internacional de Defensa de los Pueblos --«que condenó las agresiones del presidente Reagan a Nicaragua»-- y antes de desplazarse a Madrid, eligió Córdoba como escala de vida en donde pensó y escribió sobre revolución y poesía. «Es algo que casi nunca puedo hacer en mi país por mi cargo. Han sido días de encierro». Al término de mi entrevista con él en aquel octubre de 1984 en el casco histórico de Córdoba, frente a la Mezquita, le pregunté si Cristo sería revolucionario en su tierra y me contestó que él «vino a predicar la revolución de los pobres». Ernesto Cardenal permaneció recluido junto a la Mezquita por espacio de una semana en Córdoba buscando un remanso de sosiego para descargar sobre unos folios dos paradojas que se sintetizan en él: la revolución y la poesía. Con su barba canosa y blanca, melena heterodoxa para sus 59 años, boina revolucionaria, chaqueta marrón de ante y pantalones vaqueros, en paradójica contradicción con su antiyankismo manifiesto. El Ernesto Cardenal de hace 35 años en Córdoba.

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