España va mal, muy mal. Así me viene llorisqueando un lector amigo. Es cierto. Uno de cada cuatro españoles sufre la pobreza o está en riesgo de exclusión social. O sea, 11 millones de personas. Del otro lado, España es el país de Europa donde más han crecido las desigualdades sociales durante la crisis y así sigue. Esto también es cierto, y un largo etcétera que incluye recortes, paro, precariedad laboral, corrupción... No se puede remover más el excremento, porque se ha convertido en un coprolito que ya ni huele.

Sí, España está mal. Pero este mismo lector durante los años del gobierno del PP aguantaba y se mordía la lengua. ¿O es que este abuso es nuevo? Nuevo es que ahora piense que la clase política en general ha caído en gran desprestigio, lo que no deja de ser una desesperanza, y no pierda ocasión para descargar su ira contra el Gobierno actual, incluso cuando esa «ocasión» provenga, por ejemplo, de un fake news que le envían las redes sociales de derechas a las que se ha vinculado ideológicamente. Ahora echa peste del estado de la nación y, en este exaltado estado de ánimo, se recompone, se crece, se indigna, y ningún argumento ni prueba que atenúe o desmienta ese bulo le convencerá. España va mal y el «contubernio» PSOE-Podemos es una vergüenza, los presupuestos son un engaño y tratar de resolver políticamente el problema catalán es alta traición. Y punto.

Como no creo en la maldad intrínseca de los que sufren las injusticias ni en su estupidez, muchas veces me pregunto de dónde nos viene esta cerrazón, este partidismo ciego. No necesariamente de intereses de clase, pues la clase media hoy se ha hundido y la proletaria no encuentra consuelo. Ni del reconocimiento del fracaso del sistema capitalista, porque la alienación oculta la superestructura. No. Es algo más profundo. Quizás seamos por historia un país de banderías. Desde hitos como la desmembración del Califato en reinos, la unidad católica a golpes de Inquisición, la Contrarreforma, las guerras civiles del XIX entre absolutista y liberales, hasta la más reciente, aún no cicatrizada, de 1936, «rojos» contra fascistas, toda nuestra historia es roca dura, intransigencia. La conversión era obligada, la heterodoxia herejía o traición. Solo puede haber vencedores o vencidos. La realidad no es cambiante ni la verdad relativa. Nos domesticaron a estacazos durante siglos y el pensamiento crítico nos asusta.

A veces buscamos la libertad, como esos pajarillos que se cuelan en una vivienda y, luego, alocados, tratan de salir por donde ven la luz y se estrellan una y otra vez contra el cristal. Así nosotros, escarmentados, volvemos al Mantenella y no enmedalla. Es nuestro lema. Y así nos va.

* Comentarista político