En efecto; algo va mal en la Iglesia española hodierna cuando el invierno demográfico es en nuestro país más crudo que en porción alguna del viejo continente, y la cifra anual de divorcios es igualmente superior a la registrada en las naciones de nuestro entorno geográfico e histórico; cuando los viejos y venerables templos están cerrados o vacíos durante la mayor parte del día; cuando la ausencia del pensamiento católico es completa o semitotal en la vida cultural y la indigencia del testimonio confesional resulta en un pueblo de muy antigua cristiandad no pocas veces asombrosa; cuando las órdenes religiosas de más acendrado pedigrí solariego y cronológico carecen casi por entero de vocaciones y se asiste cuotidianamente a la triste clausura de conventos y monasterios que encerraron un tiempo la expresión espiritual y artística de la rica, admirable identidad hispana...

Ciertos factores externos al despliegue del catolicismo nacional están en la raíz del fenómeno apuntado y ayudan a explicarlo. Pero la Iglesia hispana --jerarquía y clero, en particular-- ha sido siempre muy proclive a buscar en ellos la causa última de sus desventuras; y las teorías conspiratorias y persecutorias gozaron en todo tiempo en su seno de particular sustancia y difusión. Desde luego, no cabe afirmar que la política española actual sea un modelo de fair play y corrección institucional respecto del desenvolvimiento normal del credo religioso seguido por la gran mayoría de nuestra sociedad. Mas aun así, los motivos profundos de la crisis mencionada se encuentran en los estratos más significativos e importantes del catolicismo de la más estricta contemporaneidad. Frente a su atrofia, aturdimiento o desorientación todos los restantes elementos de análisis carecen de verdadera entidad, incluso la más que probable hostilidad de un amplio sector gobernante, fiel todavía a leyendas y mitos solo explicables en el contexto español de adentrado ya el siglo XXI, en ocasiones de un peraltado arcaísmo de los medios y esferas «progresistas».

Unicamente con una potente revigorización de sus mejores esencias y tradiciones la Iglesia española volverá a poseer el impulso y creatividad de sus periodos más fecundos. La hoja de ruta para alcanzar tan buen puerto se descubre a la vez complicada y sencilla. La colectividad rezagada cuando no decadente que hoy es la hispana, con imperio absoluto del ruido y la imagen, no constituye, indudablemente, el escenario más idóneo para tal empresa regeneradora. Pero no hay otro, y está desahuciada por la historia cualquier suerte de alianzas. La lectura --y la práctica...-- de las enseñanzas evangélicas por los hombres y mujeres identificados con su trascendencia en el más riguroso hinc et nunc español contiene sin duda la diana a la que habrá de apuntar si se aspira a recobrar el pulso y rentabilizar la formidable herencia de un catolicismo plurisecularmente vivificador de los principales capítulos del pasado hispano.

* Catedrático