Quizás porque en política hay elementos teatrales (lo cual no entiendo como algo negativo, también existen en la actividad docente), además de los mítines de las campañas electorales, otros actos de naturaleza política se han desarrollado sobre un escenario, es decir, en un teatro. Me ceñiré a tres ejemplos, que cito por orden cronológico. El primero, cuando el 27 de febrero de 1930 el político cordobés José Sánchez Guerra, que había desempeñado cargos como la presidencia del Consejo de Ministros y la del Congreso de los Diputados, habló en el Teatro de la Zarzuela de Madrid con un discurso en el que hizo responsable de la dictadura a Alfonso XIII, reclamó la convocatoria de elecciones y recordó que había sido monárquico, constitucional y parlamentario, pero que en aquel momento era antes las dos últimas cosas que la primera. Afirmó que España tenía derecho a convertirse en una república, si bien no se declaró republicano, ni se decantó por su apoyo a la monarquía. Esa indefinición provocó desconcierto entre sus seguidores y críticas de sus oponentes.

Quien sí se pronunció de forma clara, para sorpresa de muchos, fue otro político cordobés, Niceto Alcalá-Zamora, que en dos ocasiones había sido ministro con Alfonso XIII, pero que el 13 de abril de 1930, en el Teatro Apolo de Valencia, después de analizar lo que habían significado los últimos años en España, coincidió con Sánchez Guerra en señalar la responsabilidad del rey, pero se pronunció a favor de la república: «Yo proclamo el derecho y el deber en los elementos monárquicos, de condición democrática y constitucional, de servir, de votar, de propagar la defensa de una forma republicana como la solución ideal mejor para España». Esas palabras eran un llamamiento para que sectores conservadores y moderados se inclinaran a favor de una república de centro. Aquella misma noche, en el banquete que siguió al acto, anunció que pronto se formaría un partido que respondiera a esa línea de actuación. Fue la Derecha Liberal Republicana. El tercer acto tuvo lugar en el Teatro Juan Bravo de Segovia el 14 de febrero de 1931, con la presentación de la denominada Agrupación al Servicio de la República, que dos días antes, en el diario El Sol, publicó su Manifiesto fundacional. Los firmantes del mismo fueron los intervinientes: José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. En el teatro se desplegó una pancarta donde se podía leer: Delenda est Monarchia, la frase con la que Ortega había finalizado su famoso artículo en El Sol, El error Berenguer. Los presentó el poeta Antonio Machado, según la prensa, «como descendido de lo alto de un cielo de sutiles sueños, agobiado por una indignación grave y profunda».

¿Qué tienen en común esos tres actos, más allá del lugar de celebración? Que se producen en un momento de transición, con las elecciones suprimidas y en consecuencia ninguno de los participantes tenía responsabilidad institucional, no les quedaba otra alternativa que recurrir a esos espacios para dar a conocer sus planteamientos políticos. En contraposición, cuando hoy vivimos en un país democrático, con elecciones y libertades garantizadas, el presidente de una institución como la Generalitat catalana se permitió la semana pasada intervenir en un teatro para exponer su línea de actuación. No fue al parlamento, ni utilizó la sede de la presidencia, algo insólito desde cualquier punto de vista. Con esas actuaciones consigue que cuantos en los inicios de la Transición veíamos con simpatía las reivindicaciones del 11 de septiembre en Cataluña, tanta como la que mostrábamos ante los de Villalar de los Comuneros el 23 de abril, ahora miremos con desconfianza hacia cuanto viene de una parte de los políticos catalanes, en particular de aquellos que hacen teatro sin necesidad.

* Historiador