El Ayuntamiento de Córdoba ha añadido al libro de las ocurrencias poner encima de la mesa el modo más adecuado de implantar la tasa turística para penalizar una de las principales fuentes de riqueza de la ciudad, las personas que nos visitan.

El acuerdo municipal, cosas de las coaliciones, se tambalea desde el principio, no ya porque sea incorporar un debate a la lista de iniciativas estériles o contraproducentes, que también, sino porque condiciona los ingresos que se pudiesen obtener, que nadie sabe si a alguien se le ha ocurrido calcular cuánto sería, a «la mejora del espacio donde se desarrolla la actividad turística», mientras que al mismo tiempo alienta un nuevo movimiento contra algo, en este caso una pretendida proliferación de los alojamientos turísticos.

Una de las personas que más tiempo lleva en el primer nivel del mundo del turismo y que más sabe en España de gestión turística, tanto desde el ámbito privado como público, aludía en una conversación reciente a que frente a la opción de los hosteleros de la zona donde trabaja de intentar cerrar las puertas a la puesta en marcha de apartamentos y viviendas turísticos, lo que deberían hacer era reforzar su propia oferta e intentar hacerla atractiva para competir en el mercado, porque no les va a quedar otra.

Aquí, en esta ciudad que a veces parece que va a rebufo del disparo de la última ocurrencia de la lucha por aparentar ser el que más de la llamada «nueva política» y sus asociados futuros, por muy antiguos y cutres que sean quienes a veces la representan, la última idea inesperada, la de crear la tasa, incluye elaborar un plan de turismo sostenible, como si lo de Córdoba como ciudad turística fuese cosa de antes de ayer, y abrir una nueva mesa de diálogo, otra más, sobre los problemas del casco histórico.

La iniciativa del plan de turismo sostenible me trae a la mente otro memorable plan, el director de aparcamientos que otra Corporación municipal aprobó en 2010, una carta a los Reyes Magos que ahora se debe conservar en el museo de las cosas imposibles que se plantearon y que se incumplieron en casi su totalidad. Afortunadamente, la alcaldesa, Isabel Ambrosio, se ha comprometido recientemente con el comercio de cercanía a reactivar la búsqueda de nuevas zonas de aparcamiento y revisar lo que sea aprovechable de aquel documento, que no se pudo cumplir porque era simple y llanamente, en uno de los momentos álgidos de la crisis económica, un listado de actuaciones irrealizables.

Lo de estudiar los problemas del casco histórico, como la carrera oficial de la Semana Santa y otros eventos, alcanza la categoría de premio estelar. ¿Quién se ha llevado la carrera oficial a la Mezquita-Catedral y quién organiza eventos que, por ejemplo, taponan la Puerta del Puente, sino las propias administraciones? ¿A nadie se le pasó por la cabeza analizar las consecuencias de estas decisiones? ¿En verdad hay un debate o un sentimiento sobre que esto es un problema? Mal si no se estudió antes, peor aún si lo que se hace es generar una nueva polémica para cubrir espacios que la política debería invertir en mejorar la calidad de vida de la ciudadanía, no en discusiones inútiles.

La tasa turística es un impuesto que grava la estancia en establecimientos hoteleros para, teóricamente, dedicar sus ingresos a algo relacionado con el turismo (promocionarlo, preservar el patrimonio, hacerlo sostenible…), que en España sólo se paga en Baleares y Cataluña, donde ya su director general de Turismo, Octavi Bono, ha advertido que no es el bálsamo de Fierabrás, ese que en El Quijote todo lo curaba. En el caso de Córdoba habría que preguntar a los inventores de la iniciativa dónde está el origen o el problema que justifique la tasa y la valoración de las consecuencias de su implantación, no más allá que amplificar la voracidad recaudadora de la Administración.

La ocurrencia no hace más que meter presión al único sector de la economía de la ciudad que podría crecer con agilidad y rigor si quien o quienes están destinados a gestionar las políticas públicas se dedicasen a articular directrices y tomar decisiones que amplíen, diversifiquen y mejoren la oferta turística, lo que sería tener un plan, de verdad, no de esos destinados al museo de las cosas imposibles. Téngase claro que esto no se logra poniendo más impuestos que coloquen a la capital en desventaja con nuestras más cercanas competidoras en el mundo del turismo.

* Presidente de Fides y de Comercio Córdoba