Los padres que tienen hijos adolescentes o bachilleres tendrán que armarse de argumentos sólidos cuando estos les planteen ¿qué estudiar?, ¿por qué estudiar? o ¿para qué estudiar? Porque otros padres de hijos con carrera y uno o dos máster --o sea entre 6 y 7 años de estudios al más alto nivel-- ven que un 27% de los titulados de máster gana menos de mil euros y el 61% de estos universitarios no supera los 1.600 pavos. Y el 32% de estos universitarios piensa que en los próximos cinco años no tendrá un nivel de ingresos adecuado como para tener casa y sostener una familia. Podría darles más datos y porcentajes más tristes, pero para qué insistir en lo que sus propios ojos pueden ver si buscan en internet el Barómetro de empleabilidad y empleo de los universitarios en España, en el que se analiza la situación de los titulados de máster que finalizaron sus estudios el curso 2013/2014. Por eso le digo a los padres, que son los que primero pagan la carrera y luego se desesperan por la desesperación de sus hijos en paro, que tendrán que echar mano de algo inmaterial para convencerles de la importancia del estudio y el conocimiento. Y llegados a ese punto tal vez encuentren sentido en las humanidades, en la inquietud de preguntarse, dudar, observar y reflexionar sobre lo que pasa y nos pasa. Por ejemplo, ver que la situación laboral actual de los titulados, pese a su elevada formación, refleja una tasa de paro similar a la media del país, del orden del 15%, varios puntos más en Andalucía; y una vez asumida esta realidad, dedicar el esfuerzo, el tiempo y hasta las pestañas a aquello que más les pueda seducir, entusiasmar y satisfacer, porque en su entrega a los estudios elegidos llevarán la satisfacción personal que no un contrato laboral. Porque lo que los estudiantes no se busquen por sus medios, sus papás y por ellos mismos, la universidad no presta. Lo que natura non da, Salamanca non presta. Ante esta situación, la Universidad dormita en su antiguo sistema de enseñanza y en su más que deficiente capacidad para mejorar la empleabilidad de sus graduados. Más que multiplicar los grados, los máster, los retiros de verano y las fiestas de graduación a la manera americana, las autoridades universitarias deberían poner este estudio sobre la mesa de trabajo para analizar con lupa estos datos que dejan a la intemperie a sus titulados. Esto debe hacer reflexionar también a la sociedad y a los políticos (ay¡ si los políticos repararan en estos asuntos) sobre la calidad y el futuro productivo de la universidad que manda jóvenes supercualificados a trabajos que no exigen tanto ni las empresas aprecian ni pagan. Como sugería Scott Fiztgerald al brindar en sus pasotes, sea «por el orgiástico futuro, que año tras año retrocede ante nosotros». H * Periodista