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Norte y Sur

Vengo del Norte y allí he caminado hacia el Sur por el Camino de los Ingleses para alcanzar Santiago de Compostela mientras conocía que el Sur era arrasado por un fuego nada purificador, coincidiendo con las hogueras de la noche de San Juan y su simbología.

Norte y Sur, qué paradoja, qué grandes diferencias pero cuántas señales de un destino que se teje, para bien o para mal, unido indefectiblemente. El Norte es verde, hay hiedra y helechos en cada rincón, pero también hay campos de maíz y trigo, gitanillas colgadas en las ventanas y olor a mar.

Si vas al Convento de Santa Clara en Santiago, fundado en 1260 con donaciones populares y la dote de Doña Violante de Castilla, esposa de Alfonso X el Sabio, compruebas que solo sobrevivió y hasta se agrandó con las donaciones de Doña Isabel de Granada, nieta de Boabdil y abadesa del convento. Descubres que fue Almanzor quien se «llevó» las campanas de la Catedral de Santiago para hacer lámparas de aceite en Córdoba, cargando con ellas a los esclavos cristianos, para ser devueltas --o lo que quedó de ellas-- más tarde, esta vez a cuestas de los esclavos moriscos; a cada paso aparece por iglesias o conventos la imagen de San Pelayo, mártir nacido de alta cuna en el norte y que no cediendo a las pretensiones de Abderramán III fue martirizado en Córdoba, a cuyo río Guadalquivir echaron sus restos despedazados precisamente un 26 de junio, cuando nuestro río también está más muerto que vivo.

Si en las tierras del norte hay bruixas y meigas, las primeras buenas y las segundas no tanto, porque «destruyen los frutos y la pesca» y «envidian y critican y ofenden» o «vigilan y espían al vecino» (¡Meigas callejeras las llaman a estas!), en tierras del sur ni les cuento, resultando cuanto menos paradójico que el remedio al mal de ojo contra todas ellas lo sea un puño cerrado de madera negra fosilizada del Jurásico (¡azabache, vamos!), cuyo origen nadie sabe, pero todos sitúan en el sur. Otro día les contaré la fascinante historia de Maria «soliña» o la de las «Dos Marías», mujeres de allí que como a muchas de aquí les colgaron el «sambenito» por ser tan libres como atrevidas. El Norte y el Sur no son tan diferentes, aunque cuando allí cae la lluvia, confieso que prefiero el sol que más calienta.

* Abogada

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