Si algo ha conseguido Pedro Sánchez en estas horas ha sido cargarse con un zurrón de símiles: sus hagiógrafos hablarán de la travesía del desierto, trasladado a una road movie de carreteras secundarias, dendritas con las que empatizar con los pueblos de España. Los más coléricamente líricos entre sus partidarios glosarán el regreso de Ulises a su Ítaca de Ferraz, cogiendo su arco para sentar justicia entre los que lo denostaron. Claro que otros enfilarán esta cuestión por el evangelio de Mario Puzo indicando, como los días de Clemenza, que aquel entre los barones que lo abrace primero será el traidor. Y los despistados mezclarán a McArthur con McCarthy, haciendo una mezcolanza de caza de brujas y mantones de Manila.

Claro que, para evangelios, qué mejor consuelo entre los que han perdido la batalla: los jerosilimitanos eligieron a Barrabás. Velázquez no habría tenido que esforzarse mucho en pintar la psicología de la perdedora: pura desolación, puro abatimiento de negro crespón. Quién iba a decirle a Susana Díaz que sus ritmos eran los de Hillary Clinton, todo el viento a favor para ahogarse en la orilla. De nada le ha servido ejercer de médium de la vieja guardia, y el bochorno es mayor cuando los avales le otorgaban un cuerpo de ventaja. Ahora es el tiempo de los Talleyrand de turno, como la tornadiza Francina Armengol, la baronesa que volvió a coger el pasaje sanchista horas antes del tumultuoso viraje. Ahora serán muchos los que se vean con el agua al cuello, y la desbandada por sobrevivir con el cargo público podría asemejarse a aquella Nochevieja de La Habana de Batista con la llegada de los Barbudos. Y para mayor agravante, la clave andaluza se ha vuelto lanza: a contracorriente del Gobierno de la Nación, y ahora con unos pulsos distintos respecto a la revivida Secretaría General. Rodarán cabezas, denlo ustedes por seguro, así como intentarán posicionarse en el nuevo ruedo político quienes, por despecho o resentimiento, quedaron fuera del rumbo susanista.

Pedro Sánchez no es un protomártir. Los ochenta diputados son una evidencia de auditor de que el PSOE había tocado fondo electoral. Con todo, el revivido Sánchez ha salido curtido de este envite, aunque puede que se haya inoculado de un virus poderoso y estimulante en el espectro político, y también devastador: el rencor. Con todo el lastre de corrupciones, amiguismos y corruptelas, el PP ha mostrado un argumentario suficiente para ser zarandeado. Pero para engrosar una alternativa hace falta un discurso imaginativo y coherente, alejado de tanto fuego de artificio, de tanta lucha cainita y de tanto narcisismo de estética pijippy que inunda a todo el espectro de la izquierda.

No sabemos si con esta votación se han desahogado en la parroquia socialista las cuotas de populismo. Ahora a Pedro Sánchez le toca remangarse para construir una alternativa seria y no acomodarse en la taificación, según los diversos intereses de los pueblos de España. Está claro que el felipismo, incluso el zapaterismo --aunque algunos de sus miembros se han realojado en esta nueva realidad-- han quedado atrás, como también se evaneció el reino de los elfos. Y ya se sabe cuánta literatura se ha escrito sobre las segundas oportunidades, cuando menos tamizada por la cautela.

* Abogado