Camina tan distraída y ensimismada que ni siquiera sonríe cuando aparece otro pedigüeño a la puerta del convento. Siente que lo que hace cada día el compañero de iglesia es audaz y de nobleza pues le da conversación al pie de la estatua del obispo Osio donde toman aposento.

Esta mujer vive junto a su casa portátil, plegada como un mecano, en rincón entre dos conventos. Cada semana acumula más ajuar en sus dos carritos de compra, siempre a la puerta de la verja del convento como catecúmeno que proviene de un desierto. Mujer sin patria que habla con todos, con buenos modales y como con miedo.

¿Dónde encenderá el fuego esta mujer cuando a la plaza de Osio llegue el invierno?

¿Necesita ella algo de consuelo?

¿Por qué está siempre rondando la puerta de esta iglesia sin mostrar anhelo?

Da la sensación de haber vivido en casa en la que se renovaba con frecuencia la muchacha de servicio, que ha leído y releído la Biblia, que ha celebrado alguna vez la fiesta de la cosecha porque se sienta en la última fila de los bancos de esa iglesia, alejada de las lamparillas para contemplar la radiante luz que emana de la pequeña custodia que en altar mayor se enseñorea.

Parece mujer egregia, enjuta y agachada pero no humillada, que se guarda de pedir ayuda ni préstamo, que prefiere pedir prórroga a su vida y esperar a haber recuperado sus fuerzas. No ha perdido la costumbre de rezar porque se la ve, casi oculta y solitaria, en el último banco del templo.

¿Cuando la noche llega, dónde duerme esta mujer? ¿Vagan en torno a los vivos o en torno a los muertos sus pensamientos? ¿Cuál es su secreto? ¿Cómo, tan solitaria, vence al miedo?

Me gustaría decirle, para ayudarla, que los muertos están completamente muertos, que duermen tranquilos aunque estén en mitad de su propio cuerpo. Pero se hace difícil imaginar lo que esta mujer educada piensa, allí sentada, como perdida, dormida en el tiempo de su generación, sentada bajo Osio, las manos enlazadas en torno a sus rodillas y mirando fijamente: ¿a qué fuego?

Ella se las arregla en este mundo, en que se habla y se ríe, con su solitario silencio.

<b>José Javier Rodríguez Alcaide</b>

Córdoba