Hace calor y la camisa entreabierta y remangada chorrea por los costados, se va escurriendo sobre el asiento de cuero de la silla, frente al balcón que da a la plaza del Cardenal Toledo. Escribir, en grandes recorridos, es una resistencia física si el incendio arde en el cuerpo. Del balcón cuelga una pancarta: «Edificio adquirido. Redacción y Talleres de CORDOBA. Gran diario moderno de información general». Y aquí tienes el punto de partida y tienes una historia, con los muros del antiguo Colegio Francés silenciando los versos de Verlaine, sumergidos en la tarde caliente del nuevo periódico, bajo el tecleo de fiebre en la única máquina de escribir, una Remington, junto a la caja de madera del aparato de radio Telefunken. El mundo sigue desde la lejanía, con su voz impostada de teatral entusiasmo, porque la realidad es un escenario superado con un timbre de voz. Así se escucha el tiempo: con una trama revelada a tientas, que se va musculando con el día y gana su presencia por la noche, cuando las apariencias se quedan en casa y la calle se vuelca sobre la oscuridad. Al descubrirse el lunes la placa junto al antiguo número 9 de la plaza, recordando la sede de la primera redacción del Diario CÓRDOBA, también se estaba volviendo a tocar ese primer fragmento del instante, con su eco de voces, el olor de la tinta con párrafos tachados y reescritos, en su pulso de luz tras las ficciones de la actualidad. Todas las ciudades escapan de su propia memoria para sobrevivir; pero hay que mantener despejado el camino de vuelta, si aspiramos a reconocernos en los que somos hoy. Sigue haciendo calor. El periodista compone la entradilla de la misma noticia, con su texto sonoro. Julio continúa siendo una feria de solitaria discreción, abonada en el barro de las ciencias nocturnas. 75 años después, el periódico sigue componiendo la novela coral de la ciudad. Esta placa es un símbolo de toda su memoria, con los protagonistas del relato en el muro de piedra. H

* Escritor