El fallido golpe en Turquía sirve para que Recep Tayyip Erdogan complete su diseño de autoritarismo sin fisuras. Que el presidente aspira a convertir su país en un Estado autocrático bajo su mando no es nuevo. Tras años de intentar infructuosamente su acceso a la UE, la agenda oculta del islamismo turco en el poder se ha ido exhibiendo mediante la constante erosión de los derechos fundamentales. La intentona ha roto ahora toda prevención y Erdogan se ha lanzado a tumba abierta hacia la represión feroz. La purga afecta ya directamente a 60.000 personas. Los dos sectores más castigados son el ejército y la educación, los de mayor influencia en la sociedad. Las fuerzas armadas en Turquía habían sido el poder real desde que se creó la república cuando se desmembró el imperio otomano. Han hecho y deshecho gobiernos -con y sin golpes- y han sido garantes del Estado laico en un país sociológicamente musulmán. Hasta la llegada de Erdogan al poder que empezó a laminar dicha fuerza militar. Las detenciones de militares continúan, con el arresto ayer mismo de 283 soldados de la Guardia Presidencial, más de la décima parte de los integrantes de este cuerpo, de 2.500 miembros, fundado en 1920, cuya función es velar por la seguridad del jefe del Estado. La enseñanza es otro de los focos de esta represión de la que extraña la rapidez con la que se están señalando los objetivos. La actuación contra profesores y centros educativos es factor determinante para eliminar cualquier atisbo de laicismo. La declaración del estado de emergencia y la suspensión de la Convención Europea de Derechos Humanos son otros instrumentos para imponer su designio.

Erdogan está destruyendo toda la base democrática que tanto costó levantar en los años aciagos de las dictaduras militares, la misma base que le permitió llegar al poder.

¿Qué harán ahora la UE y la OTAN ante esta deriva autoritaria? Desde que Occidente necesitaba a Turquía por ser frontera con la Unión Soviética, EEUU y la OTAN se han tapado siempre un ojo, o los dos, ante los desmanes autoritarios del poder. Erdogan ha sabido jugar sus cartas, ya sea en relación a la Alianza como con la UE. Ahora Turquía sigue siendo un país fronterizo, pero lo es con Siria e Irak y el peligro que antes podía ser el comunismo ahora es el yihadismo. La base estadounidense de Incirlik es clave en esa lucha. Y en cuanto a Europa, la crisis de los refugiados ha convertido a Ankara en socio imprescindible, a menos que la UE afronte responsablemente la crisis en vez de externalizar lo que no es ni una solución.

Es posible que el presidente turco esté en situación de imponer su voluntad, pero ni la OTAN ni la UE deben aceptarla. Un Erdogan más agresivo implica mayor fractura de la sociedad y con ello un aumento del yihadismo en Turquía, y eso no interesa a nadie. H