E studiaba el primer curso de carrera, cuando al terminar la clase de Anatomía el profesor Escolar nos dijo con sutil ironía: Ahora, cuando yo salga del aula, que no se mueva nadie, pues va a entrar un personaje que tiene algo muy trascendente que comunicarles.

El personaje en cuestión era el jefe del Sindicato Español Universitario (SEU), licenciado en Derecho. Iba con la camisa azul y el yugo y las flechas bordados a la altura del corazón. Saltó de una zancada los tres escalones del estrado, mientras don José por el otro extremo abandonaba el aula sin mirarlo. No llevaba corbata; sí desabrochados los tres primeros botones de la camisa, y las mangas arremangadas hasta los codos le daban un aire ágil, como de juventudes hitlerianas.

«Camaradas --nos dijo--: En una Democracia Orgánica debéis proceder a elegir a un delegado de curso para que me comunique vuestras legítimas reivindicaciones y yo las transmita a las autoridades académicas».

No se anduvo con rodeos. Entendimos perfectamente que no tendríamos acceso a plantear nada directamente a nuestros superiores. Pidió que subieran al estrado dos voluntarios, y, como no subía ninguno, ordenó disparando con el dedo: Tú y tú. Uno, para que escribiera en el encerado los nombres de los votados, y otro para que fuera leyendo las papeletas.

Cuando empezó el escrutinio, Juanito no se atrevía a leer en voz alta lo que allí estaba escrito. «Lea hombre, lea», le acuciaba el camarada Jefe Comandante Palomares, como le llamaba Radio España Independiente. Y, tragando saliva, Juanito leyó: «Brigitte Bardot...», y se quedó esperando a que le diera un tiro. No fue un disparo lo que retumbó en el aula, sino una estruendosa carcajada.

El Jefe Palomares vociferó: «¡Nulo!» Y levantando cada vez más la voz gritaba tras cada voto: «¡Nulo!». «Claudia Cardinale»: «¡Nulo!»...

No nos habíamos puesto de acuerdo, y el que no votaba por una sex-symbol es porque lo hacía a favor de Colón: «¡Nulo!...». Los Pinzones... Se hizo el silencio, se le demudó la cara: «Allá vosotros, ¡A mí con el cachondeíto!: Por ‘unanimidad’, el delegado ‘electo’ es el primero de la lista, o sea: Antolín Arjona Antúnez». En pie y brazo en alto cantamos el Cara al sol.

Esto, que fue así hace ahora sesenta años, era la única forma de repudiar el denigrante contubernio. Para las recientes elecciones generales del 26-J, por suerte, no hubo quien nos hiciera una encerrona, ni tuvimos que obedecer órdenes, ni cantar o recurrir a quiméricos inventos para manifestar nuestro asco. «La fiesta 26-J» permitió a 10,3 millones de españoles manifestar libremente su rechazo al sistema, no yendo a los colegios electorales, sino a la playa, a ver en top-less a las sirenas. Tampoco produjo escándalo cuando el almuecín voceó 225.012 veces: ¡Nulo! Nunca la fiesta de la democracia ha tenido una expresión más digna de respeto a la libertad que cuando permite a los nostálgicos, sin amenazas ni disparos, rechazar esta forma de ser gobernados. ¿Es que no es legítimo desear un modelo no-participativo de gobierno? Para «casi todos» parece ser que es la piedra filosofal: participar sin ganar es fracasar.

El gobernador civil, a la sazón Summers, nos dijo a los universitarios: «Desde que el Caudillo gobierna yo dejé de pensar: él lo hace por mí». Así es que vosotros, a estudiar, que yo obro duro». El estreñido, de vivir ahora, también se habría ido el 26-J a pescar truchas al mar. Son los partidarios del partido único, sistema político que heredaron casi todos nuestros demócratas, incluidos los participativos.

Se desgarran las vestiduras y se sienten perdedores y vencidos por no haber obtenido la mayoría absoluta, y si les pregunta cuál sería su ambición les dirán que haber obtenido el 100% de los votos emitidos.

O sea, en su espíritu anida la autocracia y el absolutismo. Ignoran que el voto, como la gema, se mide en quilates, y un solo voto tiene los mismos quilates que un millón, por eso merece, cuando te lo dan, idénticos «saltitos en el balcón». Es demócrata el procedimiento, pero el sentimiento de nuestros próceres es despreciable. Ninguno desea gobernar desde la oposición, que es la que le imprime carácter y da valor a la democracia; desprecian nuestros votos, su valor intrínseco, la ayuda que con ellos, en minoría, pueden dar a los que le suplican.

Salidos de las urnas pactan, coaligan, trafican; son mercaderes que no utilizan como moneda de cambio el respeto a la voluntad de sus electores. No es el líder el que arrastró al pueblo al voto, sino a la inversa. Decidir ahora a su voluntad si aparean borregos con gorrinos o burras con camellos, es montar un circo para el que no se les dio licencia y, en consecuencia, los ciudadanos lo execran. H

* Catedrático emérito de la UCO