Dicen que un órdago por el poder dentro de su propio partido, dividido entre pro-europeos y euroescépticos, llevó al primer ministro conservador David Cameron a convocar un referéndum sobre si el Reino Unido debía o no salirse de la Unión Europea. Nadie se lo pidió pero pensaba ganar. Estaba crecido Cameron por su victoria en el referéndum de Escocia y le animaba el apoyo de la mayoría de los tories, los laboristas, los sindicatos, el poder financiero de la City, las multinacionales que el mundo son y sus agentes en el gobierno de las capitales europeas continentales, el presidente Obama y la Reina Isabel II en su trono de Buckingham. Enfrente estaban sus correligionarios Boris Johson y Michael Gove, junto al eurófobo Nigel Farage... ¡y más de medio país que conserva recuerdos imperiales y su isla es suya como lo es su Commonwealth!

Los ingleses son muy suyos. La primera vez que pisé la isla allá por la década de los 60 tuve que ser avalado por una nativa que me advirtió, a la vista de los blancos acantilados de Dover, que desde hacía mil años ningún enemigo de Inglaterra había llegado hasta allí. Ni Felipe II, ni Napoleón, ni Hitler... Luego, resultó que una población multirracial daba vueltas por Trafalgar Square como un ritual de nostálgicos isleños enjaulados que acabaron en 1973 colándose en la Comunidad Europea como Ulises en Troya. Desde entonces no han parado de crear problemas. La última coz ha sido el referéndum. Y, oiga, se han salido y han dejado un paisaje de terror. Cameron ha dimitido, la bosa se ha desplomado, la prima de riesgo repunta, se teme un efecto contagio, la ultraderecha xenófoba toma aire y se culpa al populismo, a los radicalismos y al lucero del alba, y nadie sabe a ciencia cierta qué nos deparará el futuro, excepto que la UE va de mal en peor.

Van Apeldoorn lo ha visto claro. Se trataría de que en Europa se ha logrado, a un nivel más profundo que en cualquier otra zona del planeta, la formación de una clase capitalista transnacional que ha transformado el proyecto de la integración europea en un proyecto neoliberal que, preservando una soberanía formal de sus miembros, subordina sus democráticas gobernanzas a los dictados de un mercado único. Y la gente del Reino Unido ha dicho que basta, que, para club selecto, el suyo...

--¿Pues qué?-- suspendió la lectura mi amiga la verdulera, se ajustó el moño con una horquilla y cortó el rollo: --¿Habrán de faltarnos a nosotros los tomates y los pepinos para hacerles un gazpacho; se irá también este sol de justicia que los atrae como lagartos? Déjese de catastrofismo, que si por una puerta se han salido por otra se colarán. Lo peor son esos pobrecitos que huyen de hambrunas y guerras y no los dejamos entrar. Escriba de esa tragedia.

* Comentarista político