Cuatro veces cada día pasaba por delante de aquella casa para ir y venir de Los Maristas a la mía. Solo tenía un piso con tres balcones y dos ventanas, una a cada lado de la puerta. Pretendía remedar el modernismo de La Pedrera, o algo así; un adefesio, una espectacular extravagancia rosa con reminiscencias de art déco sin pies ni cabeza. Eso sí, todo el que pasaba por delante se quedaba obnubilado mirándola y se daba de bruces con el que se cruzaba. Al salir del colegio, los niños nos metíamos en un portal de enfrente y nos hartábamos de reír cuando los que subían se estampillaban contra los que bajaban.

Un día nos sorprendió ver que, incrustado en la pared, había un letrero de azulejos: "Los actuales propietarios de esta casa no son responsables de su fachada". La ciudad se había dividido en dos bandos: los palurdos que querían ver la fotografía de esa portada en la guía turística junto a la Alhambra, frente a los culteranos que querían demolerla, pues su imagen les entripaba. Ahora, al cabo de tantos años, aquel letrero, nos trae la solución para un conflicto que enfrenta a las dos Españas.

"Que vengan a quitarnos el nombre si tienen narices", desafían los vecinos de los Llanos del Caudillo a la Administración pública, que en el ejercicio de sus competencias debe retirar toda exaltación, personal o colectiva, del franquismo. Y es que los "llanitos" han caído en la ambigüedad del título de la Ley de Memoria Histórica, pues para ellos, sin ser franquistas, el nombre de su pueblo no se toca, es sagrado; es su historia. El conflicto se resolvería, como con la casa rosa, añadiendo al título: "Los actuales habitantes de este pueblo no somos responsables de que el Dictador firmara penas de muerte sin que el pulso le temblara". La finalidad de la Ley es no solo hacer justicia a quienes aún no se les ha hecho, y se les debe, sino perpetuar el recuerdo para que aquello no vuelva. ¿Quién sabría del bombardeo sobre la indefensa población civil de Guernica por la legión Cóndor de no ser por el cuadro de Picasso? Auschwitz no permanece en pie como homenaje a los nazis, sino para mantener vivo el rechazo al holocausto."¿Dónde estaba Dios en esos días?", exclamó Benedicto XVI cuando estuvo allí. De haber sido demolido estaría olvidado.

Se ofrece en Madrid, interpretada por la Orquesta y Coro de Pequeños Cantores de la Comunidad, la opera Brundibár, y la ha presentado Dagmar, judía de 86 años que la cantó en un campo de exterminio cuando sólo tenía 14. Finalizó sus palabras con un ruego: "¡No olvidéis!". No trató de alimentar el odio, fue un recordatorio del horror a la xenofobia que otra vez renace contra los inmigrantes y refugiados. A Jazzy, californiana de 15 años, le han premiado en la escuela su redacción "Holoinvento" (cruel paráfrasis de Holocausto) donde asegura que los judíos no fueron gaseados, sino que murieron por tifus y piojos. La niña no cita en su trabajo, ni sus maestros se lo exigieron, El Diario de Ana Frank , que con su misma edad fue testigo vivo de aquel genocidio. El negacionismo conduce a perpetuar el dolor y a perder la evidencia del Holocausto dejando espacio al "Holocuento" según proclaman los neonazis.

Coincido con Olivia Muñoz-Rojas, socióloga: "Es mejor sumar la memoria de los vencidos a la de los vencedores". No creo que cambiar "Valle de Los Caídos"" por "Valle de La Paz", como propone Carmena, convenza a familiares y compañeros de los presos que murieron horadando la piedra. Todos aplaudirían, en cambio, si Moneo hiciera una pirámide, tan alta como la cruz, con los nombres de los "caídos por la República" y dedicaran el monasterio a residencia para jóvenes creadores.

La fiebre por lavar de la toponimia urbana las alusiones al franquismo rememora a talibanes fusilando budas y a otras atrocidades. Por su prestigio profesional y amor a su tierra, muchos adictos al Régimen asumieron "Vivir de cara a la ciudad y no de espaldas a ella" (A. Cruz-Conde). En medicina --por ejemplo-- por cada especialidad tenemos al menos un "top ten" y éstos no son fruto de la democracia ni de la república, sino de sus maestros del régimen de Franco, ¿los tendríamos que descabalgar? Mi padre no tuvo dinero para comprarme una bicicleta y, sin embargo, nunca le faltó para darlo a los enfermos --del otro bando-- y que pudieran comprar las medicinas que les recetó.

Córdoba es paradigma de un sublime palimpsesto: Sobre la Basílica de San Vicente se edifica la Mezquita y encima se incrusta la Catedral. La imponencia de cada monumento exigía que cada uno habitara sobre su propio terreno. No se debe cometer ese error con el nuevo callejero: escribir encima del que ya estaba en el candelero. A no ser que sea el nombre del colega que "curaba"" la homosexualidad dándole al "paciente" choques eléctricos. Con ese, Alcaldesa, hagamos una excepción y tirémoslo al basurero.

*Catedrático emérito de Medicina UCO