He leído estos días diferentes interpretaciones de la presencia de C. Bescansa con su bebé en el Congreso. No es la primera vez que esta mujer aparece en actos públicos con alguno de sus hijos aunque hasta ahora nada había trascendido. No esperaba, sin embargo, la reacción visceral de unos ante este hecho ni la banalidad con que ha sido tratada por parte de otros. Y es que, en mi opinión, la imagen de Bescansa con su hijo en el Congreso significa una bofetada al patriarcado desde dentro.

Me explico. El patriarcado significa la separación radical entre los espacios público y privado, en los que se ejercen las tareas económicas y políticas con reconocimiento social y las tareas reproductivas y de cuidado, respectivamente. El ámbito público sigue ocupado por la élite política y económica compuesta por hombres mayoritariamente, mientras que el privado está ocupado mayoritariamente por mujeres. Es decir, que los hombres deciden, legislan, dirigen y ejercen el poder de manera mayoritaria y significativa.

Bescansa ha roto de manera simbólica esa separación, realizando una tarea reproductiva, feminizada y privada en un espacio público, de poder político y masculino. De ahí el desconcierto generalizado, el extrañamiento colectivo de una sociedad que siente una amenaza, pero que no sabe concretar cuál es. Reconozco que para mí el desconcierto no fue tal, es más, me ha divertido.

No obstante, sí me ha preocupado observar cómo se interpreta este asunto sin tener en cuenta los principales elementos que lo constituyen. El primero es que en las sociedades postmodernas hay diferentes modos de vivir la maternidad y la paternidad: desde la mayoritaria a la maternidad con apego (que no es innovadora en absoluto). La maternidad con apego es una manera de vivir: significa que una madre no se separa de su hijo en ninguna circunstancia porque cree que así la crianza es más positiva para su bebé. Esta no ha sido mi opción, para mí la maternidad es un elemento más de mi identidad y me resulta imprescindible disponer de un espacio propio de individualidad. Pero sí es la manera de Bescansa y, por ello, merece tanto respeto como las demás. En segundo lugar, se pone en evidencia la persistencia del Dilema de Mary Wollstonecraft , que ya en el S. XVIII ponía de manifiesto que las mujeres se enfrentan a un problema que la democracia no ha sabido resolver. La cuestión es que las mujeres son ciudadanas de segunda tomen la opción que tomen en sus vidas. Si deciden dedicarse a las tareas reproductivas, serán individuos sin derechos propios, sin posibilidad de ejercer la ciudadanía plena, solo serán a través de sus maridos; si deciden participar en el espacio público, deberán comportarse de acuerdo a la norma masculina, que es separar espacios y tareas de manera absoluta. Las consecuencias para las mujeres son devastadoras porque se enfrentan a varias opciones que conllevan, en todo caso, costes sociales elevados: ser solamente cuidadora, asumir dobles jornadas o renunciar al ejercicio de la maternidad según sus preferencias. Así están las cosas para las mujeres, no muy alejadas en lo esencial del XVIII.

La reacción de ciertos profesionales también me suscita preocupaciones políticas fundadas. La primera de ellas es la tendencia al linchamiento intencionado de cualquiera que se atreve a cuestionar la propia visión del mundo. La segunda es el amplísimo espacio que se ofrece a tales opiniones, impropias de sociedades civilizadas, y el poco que se dedica a incluir un discurso realmente emancipador y pedagógico destinado a las mujeres, ya que la mayoría de ellas no llega a conocer jamás los fundamentos políticos de su sufrimiento o de su situación social, por lo que no dispone de las herramientas necesarias para cambiarla en caso de que no estuviese satisfecha. Y el tercero es la complacencia en la propia ignorancia y el uso torticero de la mentira como elemento de acción política: lo propio en sociedades cerradas y autoritarias.

Por ello, la imagen de Bescansa y de su hijo tiene un valor simbólico tan expresivo y tan potente: deja desnudo al sistema, evidenciando la realidad de su injusticia y de su desigualdad, solamente dando de mamar a su hijo. Y pocos han sabido leerlo.

* Doctora en Sociología, IESA-CSIC