En el funeral de Alemania por las víctimas del avión de Germanwings, el presidente alemán, Joachim Gauck, declaró que la tragedia había conmocionado especialmente por la falta de sentido de lo ocurrido. Una razón. Un motivo. Necesitamos tener la certeza de que el mal no puede ser obra de un capricho, de un desvarío. Por ello nos obligamos a buscarle una lógica. Un argumento oculto, un trauma antiguo, un daño a reparar. Cualquier cosa que nos permita creer que podemos alejar el mal de nuestras vidas. Que bajo el escudo de la cordura podemos protegernos de los sinsentidos.

El lunes, un niño de 13 años entró en su instituto, mató a un profesor, hirió a más personas y trató de arrojar un cóctel molotov. Y su acción, su terrible acción, pasa a sumarse a las cosas que somos incapaces de comprender. A escasos minutos de la tragedia ya se construyeron teorías, algunas delirantes, y se apuntaron culpables. El deterioro social. La crisis del modelo educativo. La pérdida de valores. Los videojuegos violentos. Después se habló de símbolos nazis en el pupitre, de brote psicótico, de voces que no callan... Pero ni las hipótesis ni las palabras conseguirán serenar el dolor de tantos. Nada devolverá la vida perdida ni limpiará las manos del agresor. Y tampoco nada logrará cambiar el trágico absurdo de que el verdugo sea a su vez una víctima- Solo un niño de 13 años. Un sinsentido. Y la pesadilla de cualquier padre.

* Escritora y periodista