Si no lo he entendido mal, después del primer big bang hubo otro (al cabo de una cantidad infinitamente ridícula de tiempo), provocado por lo que los científicos llaman "inflación cósmica", una expansión del universo de una magnitud colosal que ocasionó, en un lapso ínfimo de décimas de segundo, una explosión que creó las ondas gravitatorias que, en cierto modo, son las que ahora hemos visto, percibido o recibido gracias al trabajo del telescopio del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian en forma de "radiación de fondo cósmica".

Esta excelente noticia me ha hecho pensar en una escena memorable de Annie Hall , el filme de Woody Allen.

Un niño acude a la consulta del psiquiatra del brazo de su madre porque últimamente está muy despistado y no está atento en clase. El doctor le pregunta qué le pasa y Alvyn, el niño, dice: "El universo se expande, y el universo lo es todo, y si todo se expande llegará un día en el que todo estallará y será el final". La madre le dice que eso no es asunto suyo y le pregunta: "¿Qué diablos tiene que ver el universo contigo?; Brooklyn está aquí y Brooklyn no se expande".

Es decir, la noticia me produce un inefable vértigo y al mismo tiempo, ahora que empieza la primavera, me hace enternecer. Escuchamos, al cabo de miles de millones de años, el eco del polvo que roza hoy unos rostros incrédulos procreados en aquel estremecimiento cósmico. Es el retorno, como decía el poeta, "a las promesas elementales de la vida". H

* Periodista