Que levante la mano quien no tenga un amigo, un primo, un conocido, o un conseguidor al uso, que no se maneje con veinte millones de euros, quizás un pelín más. Que la levante quien no se haya asegurado alguna entrega de billetes moraditos. Que alguien se atreva a asombrarse de lo rápido que prosperan las economías domésticas de esos esforzados trabajadores, autónomos, rentistas, equilibristas, funambulistas y fontaneros que, entre diez y quince años de completa y altruista dedicación a los demás, aparecen forraditos de pastora, en el amable descanso de un vallecito bucólico, rodeado de vacas, charlando amigablemente con el abuelito de Heidi. No sé por qué este país de triunfadores se escandaliza al ver a nuestros próceres disfrutar del legítimo fruto de su trabajo, que básicamente somos nosotros y nuestras cosas, cuando es lo más normal del mundo.

Bárcenas es el último ejemplo de una perversión brutal de nuestro sistema, que requiere una limpia enorme, en un suma y sigue que golpea a diestra y siniestra, que no arregla el chusco patrio "y tú más". Ahora, el partido que gobierna España está podrido hasta el tuétano de su dirección. La carrera económica de un empleado del Partido Popular, que de gerente pasó a tesorero y alcanzó después honores de senador del Reino de España, es un jalón de desvergüenza política. Tras la vomitiva amnistía fiscal para los defraudadores, doble vara de medir que puede comprobar cualquier asalariado de este país cuando se equivoque en su declaración de renta, desconozco si las cuentas suizas de este sujeto le conducirán del verde helvético al gris talego. Hasta cierto punto, ni me importa. El problema es que la sociedad pagana de todos los vicios públicos está sometida a tanto estrés vital (tener trabajo, pagar deudas, levantarse cada día a fabricarse esperanza) que este episodio de un tipo engominado --que, según todo parece indicar, presuntamente, untaba a dirigentes del PP-- explota como un torpedo. La sospecha es tan extensa, en datos e implicados, que está en riesgo la permanencia legítima del gobierno en el poder. Las elecciones de 2011 castigaron a un gobierno que se perdió en la indefinición y el abandono de su programa político. Muchos ciudadanos eligieron al gobierno actual como remedio y confiaron en su capacidad para reconducir la situación con un programa que cumplir y honestidad en su ejercicio: bienvenidos a la realidad. Ni verdad, ni limpieza. Torpeza más mentira gobernando y mal olor a tinta de billete manoseado.

El presidente debe responder con urgencia en este conflicto. Si no cesa a los actores principales y secundarios de este caso o promueve sus dimisiones, con independencia de las eventuales consecuencias judiciales que pudieran existir, los secundará. En tal caso, no debe estar ni un minuto más en el cargo y, de cualquier forma, deberíamos estar preparados para unas elecciones. El esfuerzo de la gente no merece este espectáculo. Estamos alcanzando las más altas cotas de la miseria. A subir la cuesta. Ya.

* Asesor jurídico