Acaba un verano que ha estado dominado por una especie de calma chicha económica. Una calma veraniega que, sin embargo, no descarta la posibilidad de tormentas otoñales. En este ambiente de calma amenazadora, ¿qué pronóstico se puede hacer para este nuevo curso? ¿Veremos, por fin, la salida del túnel o continuaremos "viviendo en el lío", como le dijo el presidente Mariano Rajoy al presidente Artur Mas?

Antes de contestar a esta cuestión, déjenme plantear otra que nos dará pistas para hacer ese pronóstico: ¿cuál ha sido la causa de la calma de este verano? Ha tenido mucho que ver con una frase que pronunció el presidente del Banco Central Europeo, el italiano Mario Draghi, en una reunión en Londres a comienzo del verano. Dirigiéndose a los inversores --es decir, a los prestamistas que forman eso que llamamos "mercados"--, dijo: "El BCE hará todo lo que sea necesario para salvar el euro. ¡Y, créanme, funcionará!".

Esas 15 palabras fueron como un bálsamo temporal para la deuda de nuestro país. La prima de riesgo de la deuda pública a 10 años se redujo un 25% en agosto; y la rentabilidad de la deuda a dos años, que probablemente va a ser el indicador en el que se va a fijar el BCE para intervenir, disminuyó del 7,15% de finales de julio al 3,4% de mediados de agosto. Un alivio.

¿Por qué esas palabras han tenido este efecto mágico? Para comprenderlo, imaginen al director de un gran hospital público de un país afectado de una enfermedad para cuya cura necesita una medicina que escasea (el crédito). Una medicina que los prestamistas venden muy cara aprovechándose de la situación del enfermo. En esas, sale el director del hospital y dice: ±¡Habrá medicinas para todos, a precios asequibles y durante el tiempo que sea necesario!O. Inmediatamente, los especuladores, temiendo pérdidas, han moderado el precio de sus préstamos. Dicho de otra forma, las palabras de Draghi han funcionado como una eficaz amenaza disuasiva de los comportamientos depredadores de los especuladores.

Este efecto balsámico nos enseña dos cosas sobre el BCE. La primera es que, sin un banco central capaz de hacer su papel de prestamista de último recurso, el crédito se hace tan escaso y caro que puede hacer entrar a un país en quiebra. Y si ese país es del tamaño de España o Italia, su quiebra se llevaría por delante al euro. Sin ninguna duda. La segunda es que el BCE aún conserva capacidad de intimidación frente a los especuladores y para aliviar el peso de la deuda. Una capacidad que aún no había utilizado, pero que ahora parece reivindicar. Probablemente no porque se haya apiadado de España, sino porque ha comenzado a temer por el euro.

A la vista de estas enseñanzas, volvamos ahora a la primera cuestión. ¿Qué pronóstico se puede hacer para este otoño? Va a depender, en gran medida, de cómo el BCE actúe a partir de ahora. Las primeras pistas las tendremos en la reunión del consejo del BCE el próximo 6 de septiembre. Si cumple con las expectativas que han creado las palabras de Draghi, la calma se mantendrá. En ese supuesto, el esfuerzo que en cualquier caso tiene que hacer España tendrá mayores posibilidades de éxito. Si las defrauda, la calma chicha veraniega se convertirá en tormenta otoñal que descargará sobre España e Italia, pero también para el euro.

No lo tendrá fácil Mario Draghi. En el reino de taifas que hoy por hoy es la eurozona hay una señorita Rotenmeyer gruñona y malhumorada que permanentemente cuestiona el papel del BCE para hacer sostenible la deuda. Cuando hablo de la señorita Rotenmeyer no me refiero, como algún lector podría pensar, a la cancillera Angela Merkel, sino a personas e instituciones que desde Alemania y otros países niegan ese papel al BCE. En contraste con esa opinión, la señora Merkel ha sugerido en varias ocasiones que está abierta a una agresiva compra de bonos por parte del fondo de rescate de la UE y del BCE. En su reciente visita a Canadá dijo que los gobiernos tienen el deber de hacer todo lo posible para preservar la moneda común.

Por eso, a pesar de todos los malos presagios y pronósticos amenazadores, lo más previsible es que el euro no se rompa. Y a pesar de algunas voces favorables a la salida de Grecia, me parece improbable que se asuma ese riesgo. Estoy seguro de que Mario Draghi y Angela Merkel harán todo lo necesario para mantener el euro. Pero, miren, el problema es que hacer lo necesario para mantener el euro no es suficiente para hacer crecer la economía, disminuir el paro y evitar la pobreza. El euro puede ser compatible con el estancamiento de la economía. Pero de esto hablaremos otro día.

* Catedrático de Política Económica (UB)