Desde el pasado 18 de mayo la bandera constitucional española ondea en la glorieta Llanos del Pretorio, como enseñoreándose del lugar. Está bien exhibir la bandera de todos, consagrada en el artículo 4.1 de la Constitución, para mirarnos en ella como en el espejo que nos representa en pacífica convivencia, pues ahora sólo se la suele ver en los edificios oficiales o celebrando los triunfos de la selección española de fútbol, en este caso falseada a menudo con la sustitución del escudo nacional por el toro de Osborne, lo que la denigra a mero símbolo folklórico y cateto. Por eso, cuando ahora se la ve ondear en el Pretorio sobre su esbelto mástil siente uno el cosquilleo de esa "emoción patriótica" que creía adormecida. Está bien que la bandera de todos ondee tan visible en la explanada para sentir el orgullo de ser españoles --pese a la que está cayendo--, pues en la medida en que por todos se asuma con naturalidad se desactivarán las apropiaciones indebidas. Creo que una de las mejores contribuciones de Santiago Carrillo a la construcción de la vigente democracia fue asumir e incorporar la bandera española a sus actos públicos, lo que sin duda contribuyó a apaciguar los ánimos de la cúpula militar de la época.

Pero la bandera del Pretorio no está sola. Ampara y protege el monolito erigido a sus pies "en homenaje y en recuerdo a todas las víctimas del terrorismo, siempre presentes en la memoria y en el corazón de Córdoba", como dice la inscripción. Entre todas las víctimas Córdoba tiene especial-mente presente en su memoria al sargento Miguel Angel Ayllón, asesinado en el brutal atentado etarra que nos heló la sangre aquel 20 de mayo de 1996. A su nombre hay que sumar también, como hizo el alcalde en el acto inaugural, los de las valerosas policías locales María Angeles García y Marisol Muñoz, víctimas del terror desatado muy cerca de allí por una banda de atracadores el 18 de diciembre del mismo 1996, un año negro.

Pero reconocido el acierto de tan justo homenaje, creo que la mole de granito gris estriada en tres de sus caras, erigida en recuerdo de las víctimas, es tan simple como tosca. Estimo que las víctimas merecen más arte o al menos más ingenio creativo. Y hay grandes escultores a quienes recurrir, como por ejemplo nuestro Aurelio Teno universal, cuyo lenguaje expresionista sabría traducir fielmente semejante tragedia humana. El problema sería presupuestario, sobre todo en estos angustiosos tiempos en que hasta el pago de facturas atrasadas da lugar a una foto del alcalde y los banqueros sonrientes en los periódicos como si fuese un gran acierto político, cuando se trata de una morosidad que habría que saldar con la mayor discreción y sin sacar tanto pecho. Si las instituciones no tienen money para costear una obra artística se podría haber elegido alguna de las doce labradas en 2004 por escultores de todo el mundo, hoy olvidadas y ocultas por maleza en la Isla de las Esculturas, aguas abajo del puente de San Rafael. O destinar el porcentaje legal que la obra pública dedica a arte, aunque haya ahora poca obra pública. O abrir una suscripción pública con la confianza de que, pese a la crisis, no habría de faltar la colaboración de ciudadanos generosos. ¿Será por alternativas?

Al hablar de monumentos en el Pretorio es inevitable recordar la instalación hace cinco años del grupo escultórico de Nerón y Séneca, con el que el artista zamorano Eduardo Barrón consiguió la Medalla de Oro en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1904, cuyo original en escayola estuvo arrinconado durante décadas en el hall del Consistorio, expuesto a roturas y mutilaciones. Y cuando su propietario el Museo del Prado reclamó la devolución, Ayuntamiento y Cajasur costearon su copia en bronce para que permaneciera en Córdoba. Un acierto. No lo fue tanto el emplazamiento elegido, junto a un paso de peatones que nadie utiliza y en medio de una extensa explanada en la que la escultura pasa totalmente desapercibida. Una pena ningunear a Séneca de esa manera --al incendiario Nerón que lo zurzan--, con lo a gusto que se encontraría en lugares más proporcionados como el bulevar del Gran Capitán, el entorno del Templo Romano o la plaza de Séneca, por citar tres de los posibles. Pero ha sido una reclamación que hasta ahora ha caído en saco roto. Aunque no debe olvidarse que la protesta ciudadana ya obligó un día a trasladar el monumento dedicado a Juan de Mesa..., después de estropear un bello jardín.

* Periodista