No todas las historias del día a día son tan patéticas como cabe imaginar, a tenor de los grandes titulares, ni la opiniones tan desmesuradas como las que oímos en los debates televisivos, donde el espectador normal y corriente difícilmente encuentra referentes con los que identicarse. Tertulias donde el mejor argumento es un buen timbre de voz y donde no se respeta la intimidad ni hay espacio alguno donde se dé pábulo a la bondad ni a la generosidad. Hay casos, muy pocos a decir verdad, que nos devuelven la esperanza. Este es el caso de una historia ocurrida hace una semana en Montilla, donde una joven enfermera salvó la vida a un bebé que sufrió una parada cardiorrespiratoria en plena calle. Al parecer, una hemorragia nasal había obstruido el conducto respiratorio y amenazaba gravemente su vida. De hecho, la pequeña sufrió una parada cardiorrespiratoria, la madre sufrió un ataque de ansiedad y gritaba sin parar. En este momento,cuando normalmente la gente se retira asustada condenando a la pequeña, una joven enfermera que vive a pocos metros del lugar de los hechos, salió de su casa y observó en un segundo la escena. La madre caida en el suelo gritando, la niña bebé sin respuesta, amoratada. Sin pensárselo dos veces cogió a la niña y la llevó hasta el bloque más próximo, donde, con la mayor diligencia, comenzó a aplicar una reanimación cardiorrespiratoria y estabilizar a la niña bebé. Esta historia es real, aunque sus protagonistas van a pasar desapercibidos. La niña por el derecho legal que le asiste y la enfermera porque así lo ha pedido. Por cierto, en el momento en el que actuó estaba embarazada. Hoy, una semana más tarde, es madre por primera vez y pide a quien corresponda que se impartan sesiones formativas para salvar vidas humanas. ¡Cosas de la buena gente, que todavía las hay, aunque pasen inadvertidas!

* Maestro