Sin estar presente, el candidato del PP a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Javier Arenas, logró el pasado lunes, paradójicamente, ser el gran protagonista del debate electoral que libraron entre sí los candidatos del PSOE, José Antonio Griñán, y de IU, Diego Valderas. La convocatoria, llamada a ser el principal acto de esta campaña, el único encuentro a tres con los candidatos de las formaciones que ahora tienen representación en el Parlamento andaluz, se quedó cojo por la negativa de Arenas a debatir en Canal Sur, con el argumento de su "falta de neutralidad". La actitud del PP ha hurtado a los ciudadanos la posibilidad de asistir al pulso entre dos contendientes, Griñán y Arenas, uno de los cuales será el futuro presidente de Andalucía, y todo en presencia de un Valderas, que puede estar llamado a jugar un papel también fundamental, si es que los populares no logran la mayoría absoluta que, según las encuestas, en estos momentos acarician. Al margen de las acusaciones de cobardía que se cruzaron PSOE y PP en horas previas al debate, resulta cuanto menos lamentable que los grandes partidos hayan sido incapaces de ponerse de acuerdo para brindar a los votantes un debate que, aunque influya poco en modificar el voto, suele ser bastante clarificador. Esta situación, una anormalidad, señal de una mala salud democrática, tiene el agravante añadido del ataque directo que se hace a un medio de comunicación público. Sin embargo, los recelos tradicionales del PP parecen difíciles de sostener cuando se trata de un debate público, con unas reglas muy predeterminadas y además emitido en directo. En definitiva, los perdedores no son sólo los votantes sino el propio juego político, que se empobrece sin un debate que era la estrella de la campaña.