Los líderes europeos con el nuevo Pacto por el Euro, el Banco de España, el "Grupo de los 100 economistas", todos claman por la vinculación de los salarios a la productividad como solución milagrosa a la falta de competitividad de las empresas y a las altas tasas de desempleo. Pero lo que estos sabios se olvidan contestar es a la pregunta más obvia: ¿qué entienden por los "salarios" que hay que vincular a la productividad? ¿Se refieren sólo a las retribuciones fijadas por convenios colectivos, o a todas las retribuciones, incluidas las que se escapan a cualquier control interno o externo de la empresa? Es bien sabido que, en la mayoría de los casos, las retribuciones de los consejeros y los altos ejecutivos de la empresa están cubiertos por una nebulosa que hace imposible saber su vinculación real con los niveles de productividad de la empresa y que las empresas se resisten a que estos "salarios" sean negociados con los sindicatos o controlados por los accionistas. ¿Deberán estos millonarios salarios, bonos, premios, bonificaciones extras, blindajes, etcétera estar vinculados a la productividad de la empresa o seguirán yendo, como hasta ahora, por libre? Otra pregunta a contestar: ¿incluyen estos "salarios" que hay que vincular a la productividad, también las retribuciones indirectas de los altos directivos, como coches de empresa, seguros de enfermedad y de vida, vacaciones, vivienda, educación, viajes a congresos, etc? ¿Disminuirán también estas retribuciones indirectas si baja la productividad de la empresa?

Y ¿qué hay de las retribuciones de los 3.029.500 funcionarios públicos españoles, se vincularán sus salarios también a la productividad? ¿Se vincularán las retribuciones de los catedráticos a la productividad de su Universidad, la de los médicos, enfermeras y celadores a la de sus hospitales, la de los jueces y magistrados a la productividad en la aplicación de la justicia? ¿Cómo se medirá la productividad de los bomberos, la policía y el ejército, para poder determinar sus retribuciones? Tarea difícil, y casi peligrosa, será también, intentar vincular a su productividad las retribuciones de los políticos en cargos públicos: miembros del gobierno, senadores, diputados, alcaldes, concejales, etc. La imagen, tan frecuente, de un Congreso medio vacío, o la que la televisión acaba de mostrar de eurodiputados en Bruselas fichando a las 9 de la mañana para, inmediatamente, salir de viaje para un fin de semana, hará muy complicado vincular las retribuciones de estos señores a la productividad de su partido. Los líderes que han tenido esta feliz idea de vincular salarios y productividad ¿pensaron también aplicarse a ellos mismos esta medida? Otra pregunta sin contestar es ¿qué pasará si la pérdida de competitividad se debe no al bajo rendimiento de los trabajadores, sino a la mala gestión del empresario, como hace poco vimos el caso de una importante empresa nacional que se hundió por la mala gestión de sus responsables, o, como estamos viendo estos días, el hundimiento de un grupo de empresas debido, según parece, también a la mala gestión empresarial? ¿Deberán los asalariados pagar los platos rotos de los errores de sus jefes?.

La secuencia para los que defienden esta vinculación entre salarios y productividad parece sencilla: se congelan o bajan los salarios-aumenta la productividad-aumentan los beneficios de la empresa-se crean más puestos de trabajo-aumenta la demanda-mejora la economía. Lo malo es que el tercer factor de esta secuencia no es nada seguro. Un aumento de la productividad no genera necesariamente más empleo, si la empresa utiliza sus beneficios extra para, por ejemplo, introducir nuevas tecnologías que reduzcan la mano de obra, y mucho menos, si el empresario decide utilizar los beneficios de la mayor productividad para retribuir a los accionistas, especular en bolsa, esconderlos en un paraíso fiscal o, simplemente, comprarse un yate o una finca en el Caribe. La pregunta clave que se deja sin contestar es: ¿cómo asegurar que los beneficios del aumento de productividad se utilizarán para crear empleo?

Otra simpleza en el planteamiento que analizamos es creer, como hace el último boletín económico del Banco de España, que la rigidez salarial es la causa del alto índice de paro en nuestro país, de manera que solo congelando o bajando los salarios la productividad aumentará, olvidándose del efecto psicológico negativo que puede tener en el trabajador el perder parte de sus ingresos, lo que le puede llevar a una mayor desmotivación en el trabajo y la pérdida de productividad. Por el contrario, el proceso podría ser inverso, es decir, un aumento de los retribuciones puede llevar a una mayor satisfacción en el trabajo con una consecuente mayor productividad, como acabamos de leer que ha sucedido en una cadena de supermercados en España que en tiempo de crisis ha tenido unos beneficios de un 42%, subiendo ligeramente por encima de la media del sector los salarios de sus 63.500 trabajadores fijos, manteniendo, al mismo tiempo, sus programas de formación continua, responsabilidad compartida, incentivos sobre objetivos, etc. La cajera de uno de estos supermercados tenía claro las causas del éxito de su empresa: "Es que la empresa nos trata muy bien", dijo.

Tres condiciones para que esta vinculación de salarios y productividad tenga éxito y sea justa: a) que incluya a todas las personas que perciben cualquier tipo de "salario", b) que se vinculen las retribuciones tanto a la bajada como a la subida de la productividad, c) que los cambios en las retribuciones sean proporcionales a la contribución que cada uno hace a los cambios de la productividad.

* Profesor