Al punto en el que hemos llegado en este mundo en que vivimos no cabe duda de que las personas decentes necesitamos reaccionar con urgente energía, aunque sea clamando contra el desierto. No es tiempo de profetas ni de apocalipsis, aunque lo de Japón nos acabe recordando nuestra insignificancia no sólo ante la maltratada y siempre respondona Naturaleza sino ante esos poderes visibles e invisibles creados por los propios humanos para avasallar al prójimo y enriquecerse a costa de los débiles. Tiempo es, por tanto, de exégetas de la decencia, de la rebelión de los justos ante tanto atropello. O reaccionamos o este planeta se va al garete de sus propios infiernos si antes no lo hace desaparecer la conjunción de una tormenta solar y una reacción nuclear en cadena. Como de la justicia humana nada se espera, como a nada conduce la indignación solitaria, necesitamos una indignación en cadena contra los actuales estatus políticos y sociales que tienen al mundo hecho unos zorros. De uno de esos justos al que antes he aludido, el premio Nobel Stéphane Hessel, de 93 años de edad, brotó hace unos meses un grito de indignación como mensaje y solicitud para los no precavidos, nuestros acomodaticios jóvenes y no tan jóvenes, nuestros apocados y débiles de espíritu, para todos aquéllos que ejercen el oficio de Job sobre esta tierra cada día más infundada y sometida a los poderes que provocan indignación en las conciencias justas. "Indignaos" (¡Indignez-vous! en el original) es el título de Hessel que está corriendo por las librerías y las redes sociales, una obra de arte con la naturaleza del panfleto. La edición española acaba de ser presentada, con prólogo de uno de los pocos justos que nos van quedando, el también anciano y lúcido José Luis Sampedro. Dicha edición apareció antes de las actuales revueltas del mundo árabe y en su exposición ataca el desmantelamiento progresivo del Estado de bienestar y se enfrenta, con la juvenil rebeldía de un anciano justamente indignado, con los responsables del descomunal desaguisado de la crisis económica. El grito panfletario de Hessel va contra la apatía de una sociedad que apenas reacciona frente a las grandes injusticias globales del capitalismo depredador, de los políticos sometidos a sus repugnantes reglas de juego. Entre las frases que se pueden extraer de la indignación del justo podríamos resaltar las siguientes: "El reparto de la riqueza creada por el mundo del trabajo ha de primar sobre el poder del dinero"; "el poder del dinero nunca fue tan grande, insolente y egoísta, con sus servidores introducidos en las más altas esferas de los Estados"; "los Bancos sólo se preocupan por sus dividendos y por los altos salarios de sus dirigentes" ; "la brecha entre los pobres y los ricos nunca fue tan importante y la competición por el dinero nunca estuvo tan animada". Frases que a un bien pensante acomodado le harán parecer de un panfletarismo primario pero que son de una veracidad incuestionable. Como las alusiones al sector financiero que, antes, en y después de la crisis, no se ha planteado la supresión de mecanismos y operaciones de alto riesgo ni la eliminación de los paraísos fiscales ni la necesidad de reforma alguna. El sistema quedará invulnerable, ningún gobierno, sea del signo que sea, forzará al sistema que pague el precio justo de la consecuencia de sus desafueros.

Cuando la crisis sea un recuerdo histórico, como todas aquellas que el sistema ha creado para regularizar sus indigestiones, todo seguirá igual y el grito de Hessel habrá tocado a las conciencias justas e indignadas pero habrá pasado desapercibido por los apáticos, acomodaticios y resignados a su suerte. Es más: no habrá hecho mella apenas en las redes sociales en las que nuestros jóvenes ejercen cada día el oficio de la frivolidad.

*Poeta