Síguenos en redes sociales:

La colina de los quemados

¿Quién le iba a decir a aquellos primeros pobladores de Córdoba, los tartessos, que el lugar donde se asentaron, aquel monte a orillas del Guadalquivir desde donde se divisaba el camino del río hacia los mares del sur, la Colina de los Quemados, iba a ser objeto de discusión en siglos venideros? En aquella zona todavía no había vestigio de romanos, de árabes, de judíos, ni de cristianos, o sea, ni rastro de la Córdoba de la tolerancia y las tres culturas y todo el espacio era como una especie de tierra prometida que había que "conquistar" y adaptar a las necesidades de la tribu. Y, por supuesto, no tenían noticia alguna de que un día, pasados los siglos, un alcalde con nombre de calle principal de la ciudad bautizaría aquel predio como Parque Cruz Conde. Nunca llegarían a saber nuestros antepasados tartessos que en el lugar que eligieron para dejar descendencia cordobesa pondrían sus ojos los médicos y sabios de la ciudad para curar, unos, el cuerpo, y otros, el alma y que en las inmediaciones de aquel monte se levantarían hospitales para sanar y facultades donde transmitir la sabiduría. Y cerca del río crecería, primero, el Jardín de Hierbas Medicinales de Abderramán III y, luego, el Botánico. Y al lado, el Zoológico, la Ciudad de los Niños y un teatro al aire libre con pretensiones romanas que se llena con sonidos de todo el mundo por julio, el mes de la guitarra. Aislado, casi como una isla bucólica en la ciudad, cuando los bomberos lo abandonaron, el monte, la Colina de los Quemados, se convirtió en una especie de relicario donde descansaba la memoria de los tartessos, ya acostumbrada a convivir con gentes preocupadas por reducir peso y colesterol. Este legado tartésico -que debería ser sagrado para los cordobeses- bien merece una discusión ciudadana.

Pulsa para ver más contenido para ti